Carl Sagan, uno de los más reconocidos divulgadores científicos del siglo XX, soñaba en 1977 con que el disco de oro que transporta la sonda «Voyager 1» acabase en manos de una civilización extraterrestre avanzada. El disco incluye imágenes, saludos en todos los idiomas, música y datos matemáticos y científicos. «El lanzamiento de esta botella al océano cósmico dice algo muy esperanzador sobre la vida en este planeta», dijo Sagan. Ahora, 36 años después, la «Voyager 1» se ha adentrado en el espacio interestelar aportando nuevos datos científicos. Todo un hito: una sonda con una potencia similar a la de una cafetera (470 vatios) y con una cinta magnética que sólo graba información de 67 Kb antes de enviarla a la Tierra, es el único objeto humano que ha abandonado el área de influencia magnética del Sol. No solo eso: ha revelado cómo es ese medio interestelar. Eso sí, las posibilidades de que encuentre vida extraterrestre son muy remotas; y tal vez el mensaje enviado por la humanidad acabe siendo nuestro testamento.

En su largo peregrinaje a un lugar que dista 18.771 millones de kilómetros de nuestro planeta (125 veces la distancia entre la Tierra y el Sol), la «Voyager 1» ha remitido valiosa información y hermosas instantáneas de Júpiter y Saturno. Su gemela, la «Voyager 2», se escapa por otra zona del sistema solar, aunque más retrasada. «Se trata de un logro enorme; encierra una tremenda dificultad técnica enviar un objeto a esa distancia», explica el astrofísico Luigi Toffolatti, profesor en la Universidad de Oviedo.

La llegada al espacio interestelar no ha sido cosa de un día. Los científicos de la NASA llevan más de un año discutiendo si la sonda había o no alcanzado el límite de la denominada heliosfera, la región del espacio dominada por el Sol, llena de partículas lanzadas por nuestra estrella en sus explosiones. Los científicos esperaban encontrar un salto abrupto del campo magnético en el confín de la heliosfera (una región denominada heliopausa). Sin embargo, si bien la «Voyager 1» detectó una caída de la presencia de rayos cósmicos, el campo magnético apenas sufrió cambios de dirección, lo que hizo dudar a los científicos. Un año después, con nuevos datos y ajustes en las teorías, la comunidad científica está de acuerdo en que la sonda está ya sumergida en una sopa intergaláctica de plasma (gas ionizado) formado por restos de otras estrellas que en su día explotaron. «Lo que parece es que en ese paso de la heliosfera al espacio interestelar hay cierta transición», detalla Toffolatti.

Pero aunque la sonda ha traspasado el límite de las partículas eyectadas por el Sol, no puede decirse que haya abandonado nuestro sistema solar. La influencia gravitatoria de nuestra estrella se extiende mucho más allá y los astrofísicos creen que aún queda una región formada por restos de material primigenio denominada la Nube de Oort, que se extiende hasta casi un año luz de distancia: de ahí salen los cometas de órbita larga y objetos que ocasionalmente son atraídos hacia el Sol. Por así decirlo, la «Voyager 1» se adentra en el suburbio de nuestro sistema, en el extrarradio gravitatorio.

¿Y qué hay de nuestro mensaje? «Había un poco de ingenuidad cuando se envió la sonda sobre la posibilidad de contactar con vida inteligente», admite Toffolatti. Un encuentro es improbable. Hoy los científicos están más seguros que hace 30 años de que existe vida fuera del Sistema Solar, pero las posibilidades de un contacto son remotas. «La sonda Kepler ha detectado unos 1.000 planetas extrasolares (en otras estrellas) algunos aparentemente parecidos a la Tierra. Es probable que exista en alguno de ellos vida, en forma de células u organismos simples; está previsto que en el horizonte del año 2020 se puedan identificar unos 10.000 planetas extrasolares», señala el astrofísico.

«No obstante, además de la importancia científica de la misión, de su larga duración y efectividad, el envío de ese mensaje en el disco de oro no deja de tener su valor simbólico», añade Toffolatti, que lo compara con una instantánea de familia de la especie humana. «No debemos olvidar que también pesa sobre nosotros la posibilidad de la extinción, bien por nuestras propias causas, por no haber gestionado bien nuestra civilización y sus efectos ambientales, o por un cataclismo cósmico», explica. Ya ocurrió en otras épocas: el sistema solar está sujeto a variaciones de consecuencias imprevisibles.

Serán necesarios muchos miles de años hasta que la «Voyager 1» se acerque siquiera a otra estrella. Para entonces sólo será una botella con un mensaje. Habrá quedado sin energía y aun si la tuviera es probable que nadie en su casa, el Sistema Solar, le respondiese. Entonces será, una botella con un testamento: el de una civilización que sonaba como los conciertos de Brandenburgo de Bach, la quinta sinfonía de Beethoven o el «Johnny B. Goode» de Chuck Berry.