a veces tiene uno la sensación -no sé si al lector le pasa lo mismo- de que hay gente que no sabe estar en los sitios. Siempre hay alguien que sobresale haciendo lo que nadie hace, diciendo lo que nadie dice y comportándose como uno no debería comportarse. Hay gente que vive saltándose la regla general de lo que haríamos la mayoría en ese lugar o situación, eso que llamamos políticamente correcto.

Pero a veces también tiene uno la sensación de tener que ir en contra de lo establecido, en contra de la cultura de la muerte, en contra de la corrupción de los políticos, en contra de lo que se supone que debe hacer el ciudadano modélico o el cristiano tipo -sí, en contra de un modelo de cristiano que se nos ha vendido y que no es tan bueno como lo pintan algunos-. Puede ocurrir que nos dé la sensación de que todo el mundo está enloqueciendo menos uno mismo. Entonces nos puede asaltar la pregunta: ¿qué es lo que debo hacer? ¿Qué es lo bueno, lo de todos o eso particular mío que me hace parecer en ocasiones poco cuerdo?

El evangelio que la Iglesia ofrece este domingo para la reflexión narra la expulsión de los vendedores del templo. Es sabido que en el templo podía uno adquirir todo lo necesario para los sacrificios y ofrendas: aún hoy muchos santuarios e iglesias ofrecen este servicio. Parece que todo el mundo veía con normalidad el hecho de poder comprar lo necesario para el culto allí; sin embargo, había derivado en un negocio más que en un servicio, en un mercado más que en un templo. La actitud de Jesús fue la del "loco", esa misma que nos causa a nosotros la sensación de ir a contracorriente; una sensación o, mejor dicho, una dirección que no siempre es la adecuada.

Hay testimonios evangélicos que colocan a Jesús en la sinagoga, en las fiestas judías, en las celebraciones del pueblo de Israel, hasta el punto de que el mayor regalo que nos dejó -la eucaristía- fue instituida en la celebración judía de la Pascua. Jesús no era un antisistema, sólo tomó la voluntad del Padre y la llevó a término: en unas ocasiones acompañando y en otras denunciando con misericordia.

Puede que éste sea el equilibrio a la hora de pensar si soy yo el que tengo razón o el resto de mundo: hacer la voluntad del Padre con misericordia. Jesús actúa porque "está escrito" que el templo será casa de oración; aun así, Jesús tiene misericordia con los vendedores de palomas: ellos, al contrario que el resto, no podrían recoger su mercancía si las jaulas se abrían, como las mesas volcadas de los cambistas, por eso sólo recibieron la indicación de recoger.