En este relato no vale la lógica narrativa. El leproso no tiene nombre ni tampoco se habla de un lugar o de un tiempo determinado. Incluso parece absurdo que en un solo día de predicación a Jesús le conozcan todos los leprosos.

El concepto de la enfermedad no coincide con lo que hoy sabemos acerca de ella. Ciertamente era una enfermedad de la piel, más o menos, con un aspecto repugnante. Sin embargo, en el contexto cultural del tiempo, la norma sobre la enfermedad no es original del judaísmo. Eran normas para nosotros hoy inhumanas, pero para ellos podrían causar estragos según las creencias de la población.

Partiendo de estas premisas, Jesús se acerca al leproso y no solo le tocó, según dice el texto, sino que el verbo griego correspondiente significa que se acercó y le sujetó, queriendo expresar el riesgo que corría de ser contagiado. Este gesto a la gente le escandalizó. No podían comprender cómo Jesús trataba al leproso, porque lo que no dice el texto son las consecuencias nefastas. Él mismo se había convertido en un apestado y no podía entrar ya en ningún pueblo, dado que el leproso tenía que vivir fuera de las murallas de la ciudad. Solamente el sacerdote del templo podía devolver su condición social al enfermo. Estamos hablando, pues, de una situación de exclusión social muy dura.

Con esto Jesús está indicando que ninguna ley humana, sea religiosa, sea civil, puede tener valor absoluto. Lo único absoluto es el bien del hombre. Tendríamos que preguntarnos como cristianos si sigue siendo más importante el cumplimiento de la ley, conocer la doctrina o el acercamiento al marginado.

Esta afirmación hay que situarla, sin caer en el maniqueísmo o la esquizofrenia, sino integrando los valores que nos ayudan a vivir contagiando lo que Jesús pretende, que no es otra cosa que transmitir la pureza, el amor, la libertad, la salud, la alegría de vivir.

Hoy se nos invita a acudir a Jesús como aquel leproso, con mucha humildad y valentía. Y desde el fondo del corazón le pidamos a Jesús que nos limpie del egoísmo, la avaricia, la soberbia... pecados que son la lepra del alma. Todos debemos ser conscientes de que no estamos limpios ante Dios; pero también debemos ser conscientes de la infinita misericordia de Dios. Déjate impresionar por el milagro de Jesús también contigo.