En la España del nacional catolicismo, a los niños de la posguerra nos maravillaba la Cabalgata de los Reyes Magos, esperada con tanta ilusión como la esperan los niños de ahora, cuando tan poco falta para que la mágica caravana de luz, sonido, color y alegría llegue con su carga tradicional de extasiada felicidad para la gente menuda y para los adultos que con ellos comparten la celebración. Era una cabalgata pobre porque entonces no había ni apenas luz, ni color, ni más sonido que el de los villancicos que cantaban algunos coros infantiles, ni aparatosas y espectaculares carrozas. Pero había carros, de los verdad, de los de entonces, que llevaban supuestos paquetes de regalo, y pastores con pequeños rebaños de ovejas, y los Magos de Oriente montaban a caballo e iban seguidos por unos soldados romanos con su escudo y su lanza que pretendían recrear el auto bíblico.

Así, con algunas variantes, pues cabalgatas hubo en mi Valladolid natal en las que los Reyes habían cambiado sus caballos por auténticos camellos, o dromedarios, llegados de lejanas tierras, con lo que el encanto y las bocas abiertas de los menores y no tanto expresaban bien claramente el asombro y la felicidad. En todo caso eran estampas genuinas de la más pura tradición belenista. Luego, décadas mas tarde, superada aquella etapa, las siguientes generaciones vivieron lo que empezó a ser una especie de degeneración de la puesta en escena en las que se sustituía lo clásico por la modernidad, viniese o no a cuento, con el auge de los brillos, el oropel, las luces, los altavoces, y la publicidad. Si, porque la publicidad pasó a incluirse como un motivo más, y ya adornaba determinadas carrozas. Pero todo estaba bien, normal, aceptable, pues el desfile conservaba sus esencias tradicionales y cristianas.

Hasta que llegó lo que llegó, lo que se ha convertido en una peripatética realidad en los últimos años, singularmente desde que las nuevas izquierdas radicales y extremistas, resentidas y odiadoras, consiguieron llegar a base de pactos entre las fuerzas interesadas a regir muchos municipios, algunos menores pero otros muy importantes, los más importantes del país, Y entonces, la progresía muñidora del nuevo orden mundial, aprovechó la ocasión para desvirtuar cuanto tenía a su alcance y la Cabalgata de Reyes no iba a ser una excepción. Cabe preguntarse si habrán sido niños alguna vez esta gente. Han surgido así, en Madrid, en Granada y otros lugares algunas pantomimas furiosas, con reinonas magas servidas por drag queen, trans, travestis, y demás LGTB, en el constante intento de hacer política adoctrinando a los niños con sus ideas de género, igualdad, pluralidad y diversidad sexual.

Es lo que está ocurriendo en España, unas minorías que no llegan apenas al cinco por ciento de la población y que tratan de imponer sus ideas ante la pasividad de una sociedad integrada y hedonista que pasa de todo. Burla, befa y mofa de la religión y el sentimiento católicos en procesiones de Semana Santa, en carnavales, y en Cabalgata de Reyes. Gente que se ha pasado la vida pidiendo respeto y que cuando lo tienen, con toda justicia, empiezan por faltar al respeto a los demás.