Quizás es bueno que el primer comentario de esta sección no sea -por primera vez desde hace semanas- el conflicto catalán.

Pero sigue ahí. Rajoy ha afrontado esta semana -por primera vez desde que con el 155 destituyó al gobierno catalán- su primer viaje a Barcelona. Lo hizo el miércoles para presidir la concesión anual de los premios Carles Ferrer Salat que otorga el Foment, la patronal catalana. Y lanzó mensajes contemporizadores para el empresariado. Así alabó las figuras de Carles Ferrer y Juan Antonio Samaranch, dos burgueses catalanes que apostaron por proyectos a la vez catalanes y españoles con éxitos como la creación de la CEOE y los JJ.OO. del 92. También afirmó que el 155 sólo quería acabar con la deriva a la ilegalidad y la inestabilidad y recuperar con rapidez el autogobierno catalán.

Señaló que recobrar la confianza, para que la economía catalana se recuperara, era lo esencial y pidió que no marcharan mas empresas porque la democracia española había superado un desafío. En este sentido, José Luis Bonet, presidente de Freixenet, de la Fira de Barcelona y de la Cámara de España, dijo al día siguiente que Freixenet no había trasladado su sede social porque el 155 había tranquilizado algo, aunque no ocultó que todo se volvería a complicar si los resultados del 21-D no eran buenos. Por último, aseguró que tras las elecciones dialogaría con el gobierno catalán que saliera pero que seguiría exigiendo el respeto a la ley y la Constitución. Los empresarios congregados por Joaquín Gay de Montellá, presidente del Foment, aplaudieron. Sin entusiasmo pero con un suspiro de alivio. Las cosas no iban a peor. Y se notó el gesto de Rajoy de detenerse -al pasar junto a su mesa- para saludar a Santi Vila, el Conseller de Puigdemont que intentó una negociación final y que dimitió antes de la declaración de independencia.

Y Cataluña ha visto esta semana otras tres cosas. Primera una cierta normalización ya que los partidos se han lanzado a la campaña electoral. Los independentistas hablan de abandonar la unilateralidad y pasar a la bilateralidad, a negociar con España y con Europa. ¿Negociar la independencia? Ya saben el resultado. ¿Convertirla en objetivo irrenunciable, pero a plazo indeterminado? Veremos.

Segunda, el fracaso en la pretensión de que Barcelona fuera la sede la Agencia Europea del Medicamento. Es una prueba de que la inestabilidad tiene costes. Por último, que Euskadi ha conseguido la aprobación en el parlamento español -con la única oposición de Rivera y los valencianos de Compromis- de un favorable cupo vasco para cinco años. La pregunta inmediata es si la vía tranquila de Urkullu y del PNV, que sabe esperar coyunturas favorables, es más rentable que la agitación y el "tot o res" (todo o nada) del nacionalismo catalán, convertido al independentismo, de los últimos años.

La cuenta de pérdidas y ganancias del separatismo es cada día menos favorable, pero el resultado de las elecciones del 21-D es muy incierto. Podría ser que las tres fuerzas secesionistas -las CUP, ERC y Junts per Catalunya (la antigua CDC)- lograran salvar su mayoría matemática. Hay más dudas sobre su operatividad porque las CUP no renuncian a la unilateralidad.