Como diría un destacado político catalán, estoy hasta los huevos). Pues resulta que ha vuelto a ocurrir. Se trata del Banco Popular. Una entidad que las autoridades monetarias dieron por saneada a pesar de tener un agujero contable que podría alcanzar los 8.000 millones de euros. Y esto en el mejor de los casos. Acabo de leer un comunicado en el que el banco adquirente advierte que podría encontrarse con activos dañados o pasivos ocultos porque no pudo "verificar de forma independiente" su balance.

¿No nos habían repetido hasta la saciedad que todo estaba controlado? Pues una de dos, o nos engañaban o son unos incompetentes. En cualquier caso, algo falla cuando en tan solo unos meses el susodicho ha pasado de ser una sociedad con futuro a venderse por un euro. Sí, por menos de lo que cuestan un par de lechugas, que se dice pronto.

Los perjudicados han sido sus accionistas. Compraron voluntariamente las acciones, es verdad, pero aún esperan que alguien les explique qué ha podido pasar para que uno de los mayores bancos del país haya sido adquirido por el simbólico precio.

Existen, además, miles de pequeños inversores que vieron cómo su dinero se reducía drásticamente de la noche a la mañana. ¿Su pecado?, dejarse seducir por el canto de sirenas con corbata y comprar participaciones de Planes de Pensiones o Fondos de Inversión con acciones del Popular en sus carteras. Bastó una absoluta falta de control por parte de las autoridades responsables para que todo se fuera al garete. Hoy su valor en bolsa es cero. Nada.

Con frecuencia nos encontramos con situaciones de este tipo. Ya no nos sorprenden pero, al tiempo que se exigen responsabilidades directas cada vez que se producen, cabría cuestionar la actuación de los organismos que debieron denunciarlas.

A veces pienso que estos sobresaltos financieros caen sobre nosotros como plagas bíblicas. O que, tal vez, hemos entrado en una nueva era en la que los bancos acabarán siendo como los electrodomésticos, que con el tiempo se deterioran y hay que cambiarlos. Pudiera ser, pero lo cierto es que juegan con ventaja porque saben que, por grandes que hayan sido las irresponsabilidades, siempre habrá quien acuda a su rescate.

Podría argumentarse que la cuenta de resultados siempre ha sido la razón de ser de las entidades financieras. Así es, y es bueno que así sea, pero de un tiempo acá la situación ha cambiado radicalmente. Sucede que los beneficios a corto se han convertido en un nuevo becerro de oro ante el que todo vale. Los buscan a cualquier precio, a toda costa. El resto, si me permiten, se la trae floja.

Recuerdo ahora unas declaraciones del Gobernador del Banco de España. Hablaba sobre la salida a Bolsa de Bankia y decía que ni sabía ni tenía por qué saber nada respecto a su balance. Ante la sorprendente confesión, y al margen de la responsabilidad de la CNMV en aquella tropelía que nos afectó a todos los contribuyentes, cabría preguntarle para qué sirve, entonces, el órgano que preside.

Por cierto, en el año 2.008 el Banco de España modificó las normas contables que se exigían a los bancos y les permitió la que llamaron "flexibilización contable", un eufemismo que encubría la manipulación de cifras. Por decirlo de manera clara, propició que las entidades de crédito disimularan los efectos corrosivos de la morosidad y aplazaran unas soluciones que, de haberse tomado entonces, hubiesen evitado males mayores. Qué se pretendía, ¿salvar el sistema o buscar rentabilidad política?

No sé. Todo es confuso. El mundo, desde los Tres Árboles al menos, es un paisaje difuso y difícil de precisar pero a la vista de las quiebras y rescates bancarios me invade la sospecha de que algunos gozan de vergonzosa impunidad.