Señor alcalde, celebro que por enésima vez se intenten restaurar las célebres aceñas, símbolo y trilogía que por su excelente construcción han resistido a lo largo de siglos miles de esas duras avenidas del inmortal Duero que en muchos casos han rondado los 5.000 metros cúbicos por segundo. Sin embargo estas últimas restauraciones han olvidado su verdadera seña de identidad, esas grandes ruedas que movían con regularidad y seguridad las aguas del Duero y que en su época, durante siglos, agrupaba centenares de carros de toda las comarcas del Vino y del Pan cuya geografía no le permitía riveras y molinos.

Hoy esas grandes ruedas podrían producir, con una sencilla instalación, centenares de kilovatios que se podrían enviar a la red general de manera permanente y constante y reduciría a cero, sin lugar a dudas, esa respetable partida del presupuesto municipal del alumbrado público. Naturalmente este nuevo cometido no impediría esos caprichitos de instalaciones figurativas vacías de sentido y significado y que en muchos casos definen a sus creadores. Las Aceñas de la Mitra, en Pinilla, las de Cabañales del Obispado y las de Olivares del Cabildo, como lo demuestra su escudo, son actualmente, salvo la primera nombrada, propiedad de nuestro Ayuntamiento. Además de la sugerencia citada, para aprovechar los potenciales miles de kilovatios que se pierden y que pasan silenciosos siguiendo como espejo donde se refleja el desdichado abandono que sufre la ciudad, estas aceñas servirían para crear al menos dos puestos de trabajo de grado medio, los de los técnicos encargados de su mantenimiento. Nadie puede evitar, al contemplar la restauración de estos nobilísimos monumentos históricos, un sentimiento de reconocimiento a las aceñas que aportan un valor importantísimo en la vida municipal.

Señor alcalde, corte con los chiringuitos y recupere la identidad de los propios monumentos.