Una edición más, la ceremonia de entrega de los Óscar de Hollywood volvió a ser lo mismo de larga y lo mismo de aburrida. O más. Solo la sorpresa final, el error morrocotudo al dar el nombre de ganadora como la mejor película a la que no lo era, despejó el sopor, por lo inesperado. Un año más, y por mucho que se empeñen sus promotores, la gala de los premios de cine ya no es lo que era. Ni siquiera apenas sobresalió el glamur de la alfombra roja.

Seguro que hubiese sido más glamuroso, menos previsible, salvo la equivocación final, y más entretenido y hasta divertido, que se hubiese transmitido en vivo y en directo el baile de los gobernadores, sus esposas e invitados en la Casa Blanca, un acto también tradicional pero que Trump, que debe ser más inteligente de lo que sus infinitos enemigos creen, convocó el mismo día y a la misma hora que los Óscar, un detalle de contraprogramación oficial. Aún así, en la gala de los Óscar el presidente recibió avisos y mensajes pero bastante menos de lo que se esperaba. El presentador, un humorista de escasa gracia pese a cierto irónico retintín, tocó el tema por encima, porque parecía que era su deber, pero deslizando también llamadas a la unión por el bien del país. Algunos actores y otros personajes prácticamente desconocidos soltaron su alusión y se quedaron tan ufanos, lo mismo que las actrices que lucieron en sus atuendos el lacito azul en favor de los derechos civiles, indirecta contra Trump. Por lo demás, muy poco relieve hubo en esta ocasión, dentro de una ceremonia que incluso va perdiendo su sello y su estilo. Esta vez se apostó por una puesta en escena más espectacular pero ni aun así, ni las luces, la purpurina y los coloristas números musicales salvaron la rutina y la pesadez del evento, que discurre cada año por el mismo monótono y aburrido desfile de galardones sin fin, de carácter técnico o relacionado con la industria del cine, pero que a la gente, al menos a la gente que sigue la ceremonia por televisión, por cinéfila que sea, le tiene sin cuidado y le importan un bledo. Y lo que es peor, después de la entrega, los surrealistas discurso de agradecimiento, pues los americanos siempre se muestran proclives a acordarse de todos aquellos que conocen y de afirmar y reafirmar lo que les quieren.

Lo que les importa a los espectadores lejanos es quiénes son elegidos mejores actores, mejor director y mejor film, algo a lo que se llega conociendo ya a los favoritos, aunque a veces haya sorpresas como ocurriera el domingo por la noche cuando Warren Beatty y Faye Dunaway, aquella mítica pareja de Bonnie and Clyde, metieron la pata hasta el corvejón y dieron ganadora a la que todo el mundo creía que iba a serlo y que parece, a través de las críticas, que era la que más merecía el premio, "La, la, Land", para luego tener que rectificar chapuceramente, reconocer el error y anunciar ganadora a "Moonligth," una buena película, apoyada según cuentan por un "lobby" tan minoritario como poderoso, y se llevó dos Óscar más. La mitad en total que "La, la, Land" el nuevo clásico del cine musical, dicen, que conquistó seis, entre ellos el concedido al mejor director. El error del sobre fue el broche de oro de la noche.