En las últimas décadas, en los países desarrollados como el nuestro se han ido ampliando los aspectos de incumbencia directa de la escuela, a la par que se extendían los problemas específicos de las sociedades avanzadas que, justamente, coincidían con la progresiva ocupación del padre y de la madre en tareas fueradel hogar. De este modo, nos hemos encontrado con que cuando la sociedad exige más profesionales, y más a los profesionales, rendimientos económicos más altos para satisfacer el consumismo desbocado, o, simplemente, más espacios temporales de ocio, justo entonces, han aflorado con más ímpetu problemas en los niños y adolescentes que, aun antes de convertirse en patologías o en accidentes graves, despiertan a la sociedad de su área de confort postindustrial y tecnológico para zarandearla y dejar al descubierto sus deficiencias.

El consumo de alcohol, las drogas, los accidentes de tráfico, la violencia en general y el bullyng en particular? Especialmente lacerantes en niños y, sobre todo, en adolescentes, están constantemente presentes en la información y, por ende, son objeto de estudios, informes, planes, etc., que, indefectiblemente, convergen en que es en la escuela en donde estos temas han de ser abordados como información y, sobre todo, como prevención. Y así, la escuela se carga de programas y acciones sobre la prevención del consumo de drogas y alcohol, la seguridad vial, las relaciones afectivo-sexuales, la violencia y el acoso.

Sin embargo, en mi opinión, debajo de esta encomienda subyacen, quizá de manera inconsciente, dos hechos que pueden dar al traste, y me temo que así está ocurriendo al menos en España, con el éxito de la misma. Por un lado, los padres; por el otro, la realidad de la escuela.

Los padres hemosabandonado, en muchos casos prematuramente, la socialización primaria, basada en lo afectivo y emocional, en donde, desde el nacimiento, valores, normas básicas de comportamiento y educación, entre otras, van impregnando la base de lo que después seremos y las hemos derivado, impelidos por la sociedad en la que vivimos, a la escuela, pero no siempre eligiendo la misma en función de nuestros valores, creencias y expectativas, sino del rendimiento académico que esperamos de nuestros hijos, o de las actividades que nos oferta la escuela para cubrir los tiempos que no podemos dedicar a nuestros pequeños. Y así, nos encontramos cada vez con más frecuencia el choque entre familia y colegio, derivado de que las necesidades de los unos no se han satisfecho por los otros, probablemente porque nunca habían sido coincidentes. Y el resultado, por lo que atañe a estas letras, es la incoherencia de la que casi nunca, aunque sea decirlo a contracorriente, es responsable la escuela, máxime en los casos en los que esta explicita su ideario pedagógico e ideológico. En otras palabras, ¿cuántas familias eligen centros educativos poniendo como primer criterio de elección su ideario y metodología y la coherencia con sus creencias y expectativas?

Por lo que respecta a la escuela, quizás entendamos mejor la situación si recordamos el origen griego de esta palabra, que significaba descanso, ocio, tranquilidad, de manera que la escuela era el sitio donde, en paz y sosiego, podían las personas cultivarse y formarse. No me parce necesario hacer hincapié en cuán lejos está nuestra escuela de esa paz, invadida constantemente con nuevas leyes, nuevas metodologías, nuevas tecnologías y demasiadas modas supuestamente novedosas que imprimen al aprendizaje y la formación cualquier cosa menos el sosiego que requiere la interiorización del aprendizaje. Y en este contexto educativo se yergue como horizonte el preparar a los alumnos en las distintas áreas para que puedan optar al mejor futuro universitario y profesional, relegando el cultivo de la persona en sí, esencia de la escuela, a un plano secundario, cuando no terciario.

Con este panorama se van derivando a la escuela problemas de la más diversa índole sin atender desde la Administración a las necesidades que estos llevan aparejados para su reconducción, tanto en recursos económicos, formativos, y de personal especializado. Y los padres depositamos a nuestros hijos en una escuela determinada para que nos los devuelva unos años más tarde como habíamos soñado.

Y mientras, la sociedad duerme tranquila por cuanto sus niños y adolescentes son, supuestamente, formados integralmente en la escuela para ser ciudadanos ejemplares. Hasta que un nuevo episodio de violencia, de suicidio, un alza en el porcentaje de alcoholemia en jóvenes, etc., vuelven a dar al traste con la paz y a descubrir, para quien quiera verlo, que la escuela, sin la ayuda y la responsabilidad de padres y administraciones, no puede por sí sola con la formación de los ciudadanos del sigo XXI.

Luis M. Esteban Martín