Lo son todos los que insultan, desprestigian, arremeten y se mofan del prójimo en las redes. Lo son porque insultan, desprestigian, arremeten y se mofan del prójimo, agazapados en el anonimato de un pseudónimo en las redes sociales. Es gente cobarde incapaz de dar la cara, de firmar con su nombre. Pero ni dos ovarios ni dos cojones tienen los que nada más levantarse de la cama solo piensan en ver cómo joden más al prójimo. Perdón por la utilización masiva del román paladino pero necesito darle fuerza al asunto. Me gustaría hacerlo con la elegancia empleada por Antonio Banderas para decirle a Trump lo que piensa de él, sin utilizar una sola palabra malsonante.

No hay nada más despreciable que burlarse del mal ajeno, sobre todo cuando la enfermedad, a veces irreversible, acecha o directamente ante la muerte como en el caso de Bimba Bosé. Algunas personas pasan directamente, ante el acoso de que hacen objeto a su objetivo, de realizar comentarios de mal gusto a un posible delito de odio. Cuantos descerebrados han traspasado esa línea con la enfermedad y la muerte.

A Bimba Bosé hay que agradecerle lo mucho que hizo, prestando su fama y su imagen, en la lucha contra el cáncer. La gratitud de algunos que no están libres de que les salga en la boca, para que dejan de criticar, ha sido la de pagarle con la peor moneda posible. La misma repugnancia que me dan los que han arremetido contra la modelo y contra su tío, Miguel Bosé, me dan los que se mofaron en Facebook del niño con cáncer que quería ser torero o las burlas a la muerte del diestro Víctor Barrio por parte de otras personas de perfil bien diferente. Tan mezquinos e insensibles son unos como los otros. Y me da lo mismo que algunos tengan estatus político. Si un día arremetieron contra Irene Villa o el holocausto, son igual de miserables que estos que ahora han saltado a las redes. Lo que tienen que hacer las susodichas es borrarlos del mapa. Retirar de inmediato esos comentarios vergonzosos, indignos de un llamado ser humano y condenarles de por vida a no poder participar con sus comentarios, ni para bien ni para mal, en las redes hasta el final de sus días. Pero no. Hay que esperar a que actúe la Fiscalía. El día en que Twitter, Facebook y compañía se conviertan en responsables subsidiarios ante la Justicia, ese día se acabará el mal rollito que se trae y se lleva está gentuza que no tiene otro pito que tocar.

Teclear según qué comentarios da fe degrado de paranoia, del grado de esquizofrenia, de odio y de animadversión de esas personas hacia sus prójimos. Y todo porque no son, no piensan, no actúan, no opinan como ellos. Una cosa es discrepar, bendita discrepancia, otra bien distinta es dejar la baba maloliente del odio y la inquina personal en los comentarios. Claro que, afortunadamente, algunos y algunas se retratan solos con sus comentarios, convertidos en la risión de quienes ya ni efecto alguno les causa la pestilente baba. Me quedo con los cientos de usuarios que utilizaron las redes sociales para homenajear y despedirse de la modelo que llegó a protagonizar portadas de revistas como Vogue. Los miserables no protagonizaran otras portadas que no sean las del auto del juez o el libro de las ignominias.