Cada cierto tiempo, olor a carne quemada. Miradas perdidas. Biografías quebradas en un paisaje humeante de hierros retorcidos. Espacios reventados. Cuerpos rotos. Desconcierto, impotencia y una rabia generalizada que se me antoja bendita porque nos humaniza, aun cuando solo sea por unas horas.

Después, el protocolo. El ritual. Declaraciones oficiales. Rostros serios. Banderas a media asta. Minutos de silencio. Emoción compartida en forma de plegarias apenas perceptibles. Ocasionalmente, juramentos. De tarde en tarde, elegías. A veces, un violonchelo y, siempre, los féretros sobre catafalcos ordenados simétricamente bajo crespones y paños oscuros.

New York, Londres, Madrid, París, Toulouse, Bruselas, Niza, Múnich? El pasado día diecinueve, Berlín. Quizás sean los atentados que más tratamiento informativo han merecido en nuestra historia inmediata pero ha habido otros muchos de los que apenas se habla aunque la tragedia sea la misma. Igual dolor, el mismo duelo.

Y es que, por encima de razas y creencias, las víctimas son iguales. Todas merecen respeto, ya sean negras o blancas, palestinas o hebreas, europeas o árabes y tan bárbaras son las masacres yihadistas como los bombardeos dirigidos por la codicia. Nuestra aflicción no es mayor que la de los somalíes, afganos, iraquíes, sirios o yemeníes, por citar algunos, que han sufrido en sus carnes la barbarie de esa locura que da en matar inocentes en nombre de no sé qué.

El terrorismo es enemigo de la libertad. ¡Siempre!, aquí no caben ambigüedades. Deleznable, venga de donde venga. Hay que decir alto y fuerte que es repugnante y unos miserables quienes lo propician. También, que su derrota requiere un frente común formado por todos los credos y confesiones. Cristianos, musulmanes, judíos, agnósticos y ateos, sin desconfianzas mutuas, juntos y con la convicción de que no es una lucha entre culturas o ideologías como algunos se empeñan en hacernos ver. La disyuntiva que plantea el terrorismo, al menos así se percibe desde la lejanía de los Tres Árboles, es muy simple: libertad o barbarie.

Es una lacra, de eso no cabe la más mínima duda, pero parece que hubiera como una obsesión en ocultar ciertas cosas. No se dice a los ciudadanos, por ejemplo, que desde hace décadas algunos intervienen en determinadas zonas del planeta buscando satisfacer los propios intereses. Esa parece ser su finalidad, más allá de patrioterismos baratos y por mucho que la disfracen con declaraciones alarmistas.

Un desplazamiento de miles de kilómetros buscando ocupar militarmente una zona conflictiva, con los problemas logísticos y cuantiosos gastos que, supongo, implica, no parece lo más aconsejable. Otra cosa es si las arenas de ese territorio guardan un tercio de las reservas mundiales de petróleo y gas.

También se les oculta a los ciudadanos que algunos corrompieron a políticos y depusieron a líderes popularmente elegidos sustituyéndolos por títeres a los que manipular. De esto no se habla. Es como si determinados gobiernos, conscientes de que sus conductas pueden alentar cierta frustración, se empeñaran en crear una paranoia colectiva para justificar sus intervenciones y la consiguiente reducción de derechos civiles. Sin embargo, la lucha antiterrorista no debiera ser excusa para recortar libertades, y esto, por más que las bombas asesinas refuercen la posición de quienes propugnan políticas radicales. No. No debiera serlo porque no es legítimo crear un ambiente de miedo e intimidación que lleve a aceptar la creación de un estado represor en el que todo vale. No debiera serlo, incluso, ni frente a los desalmados que propugnan la barbarie.

Ha vuelto a suceder. Esta vez en Berlín. El pasado día diecinueve un camión irrumpió en un mercadillo navideño y convirtió el lugar en un infierno. ¡Hasta los Tres Árboles llega el horror de la masacre! Estoy solo, junto al Duero, caminando entre los chopos y moreras que flanquean sus avenidas. La niebla se ha ido compactando a lo largo de la mañana y, a su paso, el mundo se convierte en un paisaje confuso y difícil de precisar. De repente, me doy cuenta de que es tarde. Hace frío. Vuelvo a casa.