Parece normal y lógico que si el PSOE hizo lo que hizo para ayudar al PP a formar Gobierno, no se ponga seguidamente a interferir y oponerse a tal negociación, sino al menos a darle pista de salida para que pueda despegar, y ello como fórmula práctica, mientras los socialistas intentan reanimarse del estado cataléptico en que siguen sumidos. Rajoy necesita un apoyo que el PSOE le otorga, a cambio de algunas concesiones alineadas en el programa de Sánchez, y desde ese punto de partida encarar los presupuestos generales del estado. Lo previsto. Salvan la cara unos y otros, demostrando que la gran coalición no solo hubiese sido posible sino que era lo más aconsejable tal y como se pusieron las elecciones, una apoteosis bipartidista del bipartidismo para formar un Ejecutivo sólido y verdaderamente estable.

Pudo ser, y no fue, entre otras muchas razones por la mutua antipatía que se profesaron siempre los líderes de ambos partidos. Sin embargo, ahora, PP y PSOE acuciados por necesidades distintas, pero igualmente imperiosas, se han entendido enseguida abriendo un camino inédito circunstancial, por más que los socialistas no renuncien luego a liderar la oposición en el Congreso. Pero este no es el momento, sencillamente, para un partido descabezado y débil, fácil presa en caso de nuevas llamadas a las urnas, que pudieran producirse si el Gobierno tan en minoría no consiguiese gobernar. En todo caso, tanto se han entendido PP y PSOE, que hasta han prescindido de Ciudadanos para el consenso, del que Rivera ha debido enterarse por los periódicos. Y lo mismo les ha pasado a los sindicatos.

El PSOE ha conseguido aumentar el salario mínimo, que era una de sus promesas, y ha conseguido, como parece deducirse de las medidas económicas aprobadas, que en esta segunda etapa el peso de los recortes obligados no recaiga en las familias, en los hogares, en la clase media y las capas sociales más desfavorecidas. No habrá ahorros en servicios básicos, o sea en sanidad, educación y dependencia. Entonces, esos 5.500 millones que exige la UE para no sobrepasar el objetivo de déficit en 2017 se obtendrán a base de impuestos indirectos, que no dejan de ser impuestos, y de la subida de las cotizaciones a la Seguridad Social por parte de empresas y empleados. Son, en realidad, las empresas las que ahora correrán con la mayor parte de la carga fiscal, como si fuese poca la que ya venían soportando a duras penas. A los que nadie toca, claro, es a los políticos. ¿Y de la prometida rebaja del IRPF? Eso, para más adelante, dijo el inefable ministro Montoro. Primer incumplimiento.

Suben el gravamen sobre el alcohol -no vino, ni cerveza- el tabaco, y las bebidas azucaradas. Es para luchar contra la obesidad, se explicó, aunque parezca un chiste. Pero nadie se acaba de fiar. Estamos en diciembre y el Gobierno ha tenido que sacar 9.500 millones de euros de la hucha que se agota para pagar las pensiones. Rajoy habla de crear casi dos millones de puestos de trabajo en tres años, pero el paro lleva varios meses aumentando. Y los recibos de la luz siguen subiendo. En lo que va de año, el incremento está ya en el 28 por ciento y nadie asegura que vaya a parar.