En el PSOE, el solar vale más que el edificio. Lo ha dicho quien fuera presidente del Gobierno de la nación, Felipe González, adalid, y no en la sombra precisamente sino a cara descubierta, del golpe de mano que tuvo como ejecutores a Susana Díaz y Javier Fernández, dos presidentes autonómicos, contra Pedro Sánchez, elegido democráticamente como secretario general y candidato, cuyo rechazo total a apoyar la investidura de Rajoy con la abstención de su partido originó su defenestración, tras meses de presiones y amenazas para que variara su postura dado que un sector socialista se había convertido en firme activista en favor de dejar gobernar al PP, para desbloquear la situación política y por el bien de España como argumento único intentando velar sin conseguirlo tantos intereses personales.

Al fin y al cabo, González tiene razón, pues eso es ahora mismo el PSOE: un solar arrasado, devastado y dividido. En realidad, hace mucho tiempo que la división socialista se hizo patente. A un lado la dirigencia, a otro las bases. A un lado, los acomodados, los que ocupan o siguen ocupando cargos y sueldos, muchos gracias a las puertas giratorias tantas veces denunciadas desde Podemos, una de las consecuencias lógicas del oscuro bipartidismo. Y los que aspiran a llegar a serlo. A otro, los militantes del partido, esos que creen que tienen voz y voto pero que no les sirve para nada a la hora de la verdad, como se acaba de comprobar con el caso de Sánchez. A un lado, los que circulan por la socialdemocracia, por el centro izquierda. A otro, los socialistas que entienden y comparten un PSOE de izquierdas.

Quiénes han ganado la batalla ya se sabe, y son además los que ganarán la guerra pese a la rebelión de las bases y de los que siguen adheridos al no al PP que pretenden perpetuar con sus votos en contra, pese a la orden, antidemocrática y anticonstitucional del presidente de la gestora sobre la obligación de votar todos lo mismo, o sea de abstenerse. Habrá que ver lo que pasa dentro de unos días, pues aunque ello no variará nada en cuanto al resultado final, llevando en hombros a Rajoy para que siga en La Moncloa, sí servirá para perfilar un tanto lo que puede ocurrirle en el futuro inmediato a un PSOE que habrá de buscar su camino, que puede ser tanto un camino de perdición como de hallazgo hacia una recuperación no definitiva, pues las heridas tardarán en cicatrizar, pero sí necesaria.

El congreso del partido, que no puede tardar en celebrarse dada la situación, y los congresos provinciales y regionales, tratarán de ir poniendo las cosas en orden y las personas en su sitio y entonces puede que ya se vislumbre algo acerca de la salida de la debacle socialista. Aunque sea difícil creer ya en la supuesta democracia interna del PSOE, ese habrá de ser el paso: la elección de un nuevo secretario general, un puesto para el que se perfila la intrigante Susana Díaz, y tal vez el veterano Borrell, partidario del no a Rajoy, que se empieza a postular y sería una opción a tener en cuenta. Al final para este viaje no se necesitaban alforjas y lo mejor y más práctico hubiese sido una gran coalición de Gobierno PP-PSOE, la apoteosis del bipartidismo. Ahora más que nunca, PSOE-PP lo mismo viene a ser.