La Palabra de Dios de este domingo nos habla de esto: Dios es misericordia. A comienzos de este año se presentó un libro-entrevista del papa Francisco con el periodista italiano Andrea Tornielli, titulado así: El nombre de Dios es misericordia. En el evangelio de hoy, Jesucristo nos cuenta tres parábolas para que conozcamos a este Dios que es misericordia. Me fijo en la última: la parábola del hijo pródigo, o mejor aún, la parábola del padre misericordioso. Seguro que alguna vez la habéis escuchado o leído.

Hay un personaje principal (el padre) y dos personajes secundarios (el hijo menor y el hijo mayor). Con pocas palabras el Señor hace una descripción muy precisa de cada uno de ellos. Como es el padre de la parábola, así es también Dios. Un hombre bueno, que ama profundamente a sus hijos. Un hombre que respeta como algo sagrado la libertad de sus hijos. Un padre que no deja de amar a sus hijos aunque lo rechacen y le hagan mucho daño, aunque renieguen de él, lo insulten o se olviden de él. Un padre que devuelve la dignidad al hijo que vuelve junto a él. Una dignidad de hijo que el propio hijo había despreciado y ya no tenía. Un padre que cuando el hijo menor vuelve arrepentido le demuestra que nunca dejó de amarlo. Lo rodea con su misericordia entrañable y hace una gran fiesta por la alegría de haber recuperado a su hijo tan querido. Un padre comprensivo y delicado con la intransigencia de su hijo mayor. Pero trata de hacerle entender que no caben celos porque él ama a todos sus hijos al máximo y respetando la identidad de cada uno.

Así es Dios contigo y conmigo. Porque tú y yo unas veces somos como el hijo menor. Pensamos que en la casa de Dios, junto a Dios, viviendo la fe, no somos libres. Pensamos que solo lejos de Dios, lejos de la Iglesia, la familia de Dios, podemos alcanzar la felicidad. Y te das cuenta de que no es así. Encontramos el pecado y el mal que nos devoran y nos destruyen. Nos arrancan la dignidad, nos quitan la libertad. Y nos convertimos en esclavos hambrientos. A veces tenemos que tocar fondo para darnos cuenta de que estamos en esta situación. Si volvemos a Dios arrepentidos, la reacción de Dios será la del padre de la parábola. Nos demostrará su amor y experimentaremos su misericordia en primera persona.

Pero también podemos ser como el hijo mayor. Estamos en la Iglesia pero no conocemos a Dios. Y nos entran los celos, la envidia, la amargura y el resentimiento. El hijo perdido es nuestro hermano, por tanto la alegría del Padre ha de ser la nuestra. No seamos como el hijo mayor. Regresa a la casa del Padre, vuelve a la Iglesia. Te espera un Dios que te ama con todas sus fuerzas, tal y como eres. Él te curará tus heridas. Ánimo.