la práctica de las normas de urbanidad en el pasado, constituía un tratado de buenas formas y maneras, una guía de comportamiento en sociedad. Sin embargo, hoy se considera que este concepto, es obsoleto, desfasado, que constituyen un conjunto de prescripciones inculcadas por determinados sectores religiosos y políticos, con la finalidad de adoctrinar a la infancia y de crear una mentalidad sumisa y obediente en las niñas como futuras madres.

Ahora no se concibe esa práctica, no se tolera, ¿pero se debe obviar la importancia de la urbanidad como mejora de las relaciones entre las personas?

Las teorías más importantes de la filosofía política, propugnan por recuperar el modelo griego de la polis, el de una sociedad más comunitaria. Entienden que los ciudadanos estén dispuestos a adquirir las virtudes o las cualidades necesarias para crear un clima de convivencia que les haga felices.

Para Aristóteles la finalidad única de los humanos era convertirse en un buen ciudadano. Erasmo de Rotterdam, humanista, europeísta, elabora pautas educativas relacionadas con la urbanidad, que podemos leer en su obra "De civilitate morum puerilium".

En un incompleto muestrario histórico señalo a varios autores que se han encargado del tema: Escoiquiz (1899), en su obra "Obligaciones del hombre", libro muy querido por Carandell que prologó una edición publicada por Plaza&Janés (1998) y otra de la familia Cortés (de editorial Aguilar) publicada en el año 2000; Ezequiel Solana (1924), Pilar Pascual de San Juan, (1899), editorial Edelvives (1900), Carreño (1835); los maestros leoneses Antonio Matilla, Vicente Nieto (1920), etc.

Los manuales de buenas maneras tienen como objetivo, valiéndose de reglas, preceptos y recomendaciones regular la conducta y la afectividad individuales. Estos tratados inciden habitualmente sobre una serie de cuestiones: la satisfacción de necesidades fisiológicas, la compostura ante la comida en la mesa, el trato a los demás, la conversación o la vestimenta, enfocadas hacia el encuentro y el contacto público con otras personas.

Una publicación de la editorial Calleja de 1905, nos ilustra sobre esta materia, intentando poner orden y jerarquía entre términos de uso general: buena crianza, buena educación, cortesía, urbanidad, etc.

Indica el texto que la buena crianza se refiere al modo de comportarnos con nuestros semejantes y de ella se derivan como obligaciones la cortesía y la urbanidad. En cambio, la buena educación se refiere a uno mismo, ilustra la razón y perfecciona las costumbres a través de los impulsos de la atención y la política. La distinción me parece un tanto artificiosa.

La urbanidad, como disciplina escolar, no ha sido considerada en sentido estricto, dentro de los planes de enseñanza, como una asignatura, sino más bien como una serie de recomendaciones o normas tratadas de forma trasversal dentro del currículo escolar.

Tal vez la excepción la encontramos en el plan general de primeras letras de 1825, en el que sí aparece integrada dentro del programa de enseñanza como una dedicación de dos horas semanales.

Efectuando un recorrido a partir del siglo XX se observa que en el real decreto de 1901 se establecen materias en general, sin especificar la urbanidad; el artículo 8º de la Ley Primaria de 1945 indica que se fomentarán hábitos para la convivencia humana; en los Nuevos Cuestionarios de 1953 se dan unas orientaciones didácticas sobre urbanidad con el título de "Formación familiar y social", que no aportan nada nuevo, son una continuidad de lo establecido a finales del siglo XIX; sin embargo la "Enciclopedia Álvarez" dedica un apartado a la formación social de las niñas y otro a la formación nacional de los niños con contenidos copiados de otros manuales antiguos o de catecismos como el de Mazo.

En la ley general de educación de 1970 se establece el área de experiencias que dedica su atención tímidamente a la urbanidad. Pero en los estudios de Bachillerato, con relación a las alumnas, aparece una asignatura denominada "Convivencia social", texto editado por la Sección Femenina, con un contenido muy exhaustivo y riguroso sobre la urbanidad.

En el Real Decreto 1513/2006, de 7 de diciembre por el que se establecen las enseñanzas mínimas para la Educación Primaria, con relación a la urbanidad, se focaliza la atención sobre la competencia social y ciudadana, que hace hincapié en saber vivir en sociedad, comprender la realidad social del mundo en que se vive y ejercer la ciudadanía democrática.

Se redescubren los valores en la educación y algunos como los éticos, sociales, ecológicos, forman parte de los objetivos de la enseñanza en general.

Hoy la urbanidad ha superado los viejos presupuestos que servían de soporte para su realización. No colaborarán para identificar y, por tanto, a distinguir a los sujetos según su extracción social como nos recuerda Carmen Benso; ya no existe esa dualidad que señalaba Pablo Montesino "una moral útil para el pueblo y otra para la burguesía", universalizando la urbanidad, no son las gentes urbanas o "corteses" las que heredan esta concepción, si no que todos tienen acceso.

La urbanidad necesita una adaptación a nuestra época, a nuestra cultura. Nos indica las consideraciones que debemos guardar con los demás en las situaciones y casos que nos plantea la vida en sociedad y curiosamente, una vez adquiridos estos hábitos, hace que nos sintamos más seguros, más felices.

Las normas de urbanidad no se encuentran en los códigos ni en las leyes, sin embargo, no se concibe una sociedad en la que no se respeten las formas y hábitos de convivencia y respeto

El objeto de la urbanidad en la actualidad tiene un campo de actuación muy amplio, a título orientativo propongo algunos.

En el colegio, señalando pautas convivencias básicas, pero que se cumplan. Es difícil encontrar a escolares que se disculpen, den las gracias, pidan perdón, respeten a los profesores, a sus padres, etc. Posiblemente el acoso escolar se podría evitar en gran medida con la observación de estas normas.

En el cuidado a la naturaleza, mobiliario urbano, moderación y buenas formas en la circulación vial, en los espectáculos deportivos, respeto a otras culturas, etc.

La administración va mejorando sus relaciones con los administrados, y con frecuencia nos sorprendemos gratamente con el trato amable que nos dispensan ciertos funcionarios.

La empresa en este sentido considera la práctica de normas de urbanidad como una inversión rentable. Sus empleados se están formando en relaciones sociales, para atender al cliente, prestarle ayuda, información, orientarle. Las azafatas de aviones, congresos, eventos, etc son un ejemplo de amabilidad y trato exquisito.

En el ámbito político, donde precisamente se focaliza la atención del ciudadano con cierta intensidad, el espectáculo, en líneas generales, es decepcionante. La elegancia, el buen trato, la amabilidad, el respeto, factores elementales a observar en cualquier diálogo, no se prodigan.

Decía anteriormente que la observación de las buenas formas con los demás es considerada en la empresa con un factor de rendimiento económico. En cierta ocasión, asistí a una sesión de un congreso de Farmacia en Barcelona, en la que el tema era "Cómo mejorar las ventas, trato con el paciente".

El ponente consideraba que el trato con el público debía ser atento, moderado, profesional y que la atención farmacéutica debía basarse en principios de cordialidad, dando muestras al paciente de no tener prisa mientras se le atendía.

Habían observado que las farmacias cuyos empleados practicaban estas normas solían atraer más clientes que en otras cuyo trato con el público no era tan próximo.

Finalizaba que para llegar a estas conclusiones habían realizado un trabajo de investigación muy laborioso (la verdad es que no mostró ningún dato estadístico ni argumento científico).

No me pude contener ante tal asombrosa revelación y le dije (aún no sé, si obré bien)

-Lo que dice no es nada nuevo, nuestros antiguos lo tenían muy claro: "más vale onza de trato que arroba de trabajo".