La erección canónica de la Asociación de la Virgen de la Saleta de Zamora por parte de nuestro obispo diocesano hace apenas algunas semanas ha hecho que algunos hayan tratado de ver en esto el nacimiento de una nueva procesión. Esta visión ciertamente reduccionista -quizás justificada, pues tendemos a sentirnos cómodos encasillando la novedad en modelos conocidos- limita y empobrece la capacidad de acción del pueblo de Dios dentro de la Iglesia. Confunde el contenido por el continente y se cierra a nuevas formas de interpretar el papel de las cofradías y las asociaciones donde los fieles se agrupan y se reúnen en torno a un misterio o advocación concreta para avanzar juntos en su camino de fe: formándose, creciendo en la oración, ejerciendo la caridad cristiana como profunda manifestación de amor al prójimo y justicia con los que son despreciados por la sociedad, estableciendo un diálogo entre la fe y las diferentes realidades culturales y sociales de nuestro tiempo.

La Saleta es o quiere ser, desde la sencillez y la humildad, algo nuevo. Aportar y complementar en lugar de repetir modelos, sin sustituir, desde el respeto, desde la diversidad. Esa es la vocación del colectivo que trabaja desde hace dos años y que ahora, con el reconocimiento diocesano, se abre en acogida a todos los fieles que quieran participar de este proyecto que tiene su sede canónica en la iglesia de San Andrés, iglesia del Seminario San Atilano.

En tiempos de discordias, hostilidades y divisiones reaparece ante nosotros, de manera casi providencial, una advocación mariana que yacía dormida entre las páginas de la historia de la piedad popular zamorana, y que nos habla de reconciliación, de heridas que se cierran, de cadenas que se rompen y liberan, de una madre que nos acerca a un hijo que ama y perdona más allá de nuestro entendimiento, que deja todo un rebaño por ir a buscar al más alejado. Ese es el misterio de la Virgen de la Saleta, tan antiguo y tan nuevo; y nuestra principal preocupación como asociación pública de fieles es encarnarlo, llevarlo con alegría al día a día.