En esos momentos de importantes decisiones es cuando se testa la capacidad y habilidad de los líderes para resolver los conflictos políticos y dar la respuesta que la sociedad demanda, cual es desde hace ocho meses la formación del Gobierno. Atrapados por la aritmética, los cuatro principales mosqueteros de los que esta posibilidad depende no han mostrado hasta la fecha más que una manifiesta incapacidad para lograrlo, a la par que sobrado ingenio para repartir responsabilidades ajenas y eludir las propias. De ahí que a los ciudadanos se nos haya exigido acudir por dos veces a las urnas en menos de seis meses, para ratificar o rectificar el sentido de nuestro voto y entregarles un más adecuado reparto de escaños con el que poder solventar el problema.

Frente a la vieja política del bipartidismo, acrisolada en la inercia y el rentismo del pasado y acostumbrada a gobernar por mandato, los nuevos partidos concitaban la esperanza no solo de una alternativa distinta a las ya probadas, sino de un nuevo modo de ejercer la gestión pública, de entender la relación entre gobernantes y gobernados, de recoger las exigencias y expectativas populares y darles apropiada satisfacción. Tanto Podemos como C´s se presentaban ante el país como los nuevos actores que recuperarían la confianza entre los electores y sus representantes; que llevarían las inquietudes y anhelos de los ciudadanos a las instituciones y convertirían estas en un instrumento para la satisfacción de quienes las sufragan. Ambos partidos habían surgido del hartazgo y la indignación por la mostrada incompetencia de la clase política ante la crisis y por el abuso de sus privilegios. Ambos querían decirle a los ciudadanos que el tiempo de la resignación había terminado; que otra España, más justa e igual, más democrática y solidaria, era posible; que había llegado el momento del cambio.

Sin embargo, las diferencias en su ideario y comportamiento pronto mostraron sus distancias y antagonismos. Mientras Iglesias y sus compañeros terciaban en el debate político de la mano de Ernest Laclau y la experiencia de Hugo Chávez, Rivera y los suyos tomaban por referencia a JF Kennedy y a A. Suárez, pidiendo responsabilidad a los ciudadanos y acuerdo entre los políticos. "No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país". Cargados con el deteriorado bagaje del postmarxismo, los primeros creían poder conquistar el poder a la grupa de la crisis, señalando las obscenas deficiencias del sistema, repartiendo culpabilidades y encandilando las conciencias con sus significantes vacíos; mientras Rivera y los suyos no ocultaban la crítica del régimen que querían mejorar, pero en lugar de auparse sobre el dolor y la frustración o empecinarse en un cambio sin eco, optaban por la senda del pragmatismo y la esperanza. "Imposible es solo una opinión", reza su conocido slogan.

Nuevo ejemplo de esta clamorosa diferencia lo vemos estos días ante la situación de bloqueo institucional y las propuestas para superarlo. Dado el mutismo de Iglesias, que tan solo susurra a un Sánchez enrocado en el no que es posible una alternativa de izquierdas, su secretaria de acción política, Carolina Bescansa, ha dado la cara por él, justificando la parálisis de su grupo en que "si se instala la idea de que no se pueden cambiar las cosas, Podemos deja de tener sentido". Respuesta que sorprende en una formación idealista con voluntad de despertar las conciencias, y contrasta con la celeridad de las primeras medidas presentadas en la anterior Legislatura, cuando creían estar a punto de asaltar los cielos y perdieron por soberbia y dogmatismo la oportunidad de oro para lograrlo. Por su parte, Rivera y sus compañeros, lejos de decaer en la melancolía por no tener siquiera esperanzas de rozar los cielos, no han desistido en su empeño de explorar las posibilidades de pacto y acuerdo con el adversario, sin declinar la exigencia de regeneración ni olvidar las reformas que propiciarán mayor libertad, igualdad y justicia. Ayer lo hicieron con Sánchez, a pesar de las distancias programáticas; ahora están dispuestos a sentarse con Rajoy, al que hasta ayer vetaban como vana condición previa. "Preferimos ser útiles a creernos importantes", dijo Rivera tras el encuentro con Rajoy para explicar las condiciones del pacto que faciliten el desbloqueo. "La resignación no es el camino, ni el fracaso la solución". Un deseo de cambio y progreso compartido, y sin embargo, dos actitudes y comportamientos bien distintos.

Decía Bertrand Russell que "el mundo necesita mentes y corazones abiertos, pero estos no pueden derivarse de rígidos sistemas, ya sean viejos o nuevos". No es en la revisión de las injusticias del pasado o en las experiencias ya fracasadas, sino en el pensamiento libre y la generosa disposición del ánimo donde sin duda encontrarán la respuesta.