Se presumía bronco, a cara de perro, para zurrar a gusto al culpable de todos los males, el presidente de la penúltima legislatura y del Gobierno en funciones. Los otros candidatos llegaron dispuestos a mandarlo al retiro. Traían los cuchillos afilados, el rostro sonriente y los puños prietos, porque la afabilidad no resta valor al coraje; al contrario, lo acrecienta. Hora y media de debate en la que iba a quedar claro que el culpable de la desesperanza y el descontento de los ciudadanos era Rajoy, y también que la culpa de esta repetición de elecciones era de otro: ese que bloqueó, negó o no facilitó un Gobierno del pacto, un pacto de progreso, un pacto por la regeneración y las reformas o un pacto de izquierdas. El macho cabrío sería sacrificado y se llevaría con él todas las culpas. "Degollado por el pecado del pueblo (?) purificará el Santuario de las inmundicias de los hijos de Israel, de sus prevaricaciones y de todos sus pecados", dice la Biblia. Con su inmolación comenzaría una nueva etapa y los ciudadanos podríamos por fin confiar en que un nuevo Gobierno, el Gobierno del cambio y la regeneración, de la nueva socialdemocracia y de la España plural, traería la paz social y el bienestar perdido por la corrupción y los recortes. Pero no hubo suerte. El chivo expiatorio se resistió y colocó a sus rivales en fila para amonestarles sobre sus inconsistencias y precario conocimiento. "Hay que preparar mejor la lección", les dijo con sorna galaica. "Al Gobierno no se viene a hacer prácticas. Se viene sabido".

El culpable de los males de la patria, el cancerbero del régimen, salió del encuentro sin un rasguño, mientras sus contrincantes se lamían las heridas de previos combates, buscando al culpable de su fracaso. "Si Rajoy sigue en el Gobierno en funciones, es porque usted no apoyó un Gobierno de progreso", le dijo Sánchez a Iglesias, y este se excusó ladino, pendiente de esos votantes socialistas que quiere llevar a su redil. "Pedro, yo no soy tu adversario", le susurraba. Después de las elecciones, te ofreceré un pacto de Gobierno para que entre los dos construyamos el país de la sonrisa. Y Rivera optó por recordarle a Rajoy su connivencia con la corrupción, distanciándose de su antiguo aliado. "No le voy a llamar indecente. España se merece un nuevo Gobierno. Espero que reflexione. El populismo seguirá creciendo si no regeneramos España".

No le falta razón a Rivera, pues el populismo bebe en las fuentes de la indignación, la desigualdad y la falta de representatividad. España pasa por una crisis económica, social y política que requiere reformas y cambios urgentes, pero nuestros políticos no se ponen de acuerdo en cuál debe ser su sentido. Rajoy cree que si creamos dos millones de puestos de trabajo habremos superado la crisis, cumpliremos el déficit asignado por Europa y caminaremos por la senda del bienestar y la confianza; pero no quiere pensar que de este modo no se mitigará la desigualdad ni la inequidad, ni se cercenará la corrupción, ni se reducirá el desafecto, signo del deterioro de nuestro sistema político. Sánchez piensa que si derogamos la reforma laboral y abordamos una reforma fiscal y territorial más equitativas y solidarias, estaremos en vías de resolver nuestros problemas; pero olvida que esta ley laboral reformada nos está permitiendo salir de la crisis, y que la ley fiscal que pretende no llevará la equidad a la carga tributaria sino incrementará la presión sobre las rentas del trabajo. Iglesias, por su parte, cree que debemos cambiar el modelo productivo y redistribuir la riqueza subiendo los impuestos a las grandes fortunas, a los trabajadores y a las empresas; pero ignora que el capital no tiene patria, que los trabajadores y las pequeñas empresas ya soportan el 95% de la carga tributaria, y que detraer mayores recursos de la sociedad disminuirá más aún el consumo y aumentará la economía sumergida. Si no hay inversión ni consumo, no se generará riqueza y, por tanto, esta no se podrá redistribuir, ni se aumentarán los empleos, ni se mantendrán las pensiones, ni se garantizará una renta mínima, ni se atenderá como es de justicia la dependencia. Y Rivera confía en que si regeneramos el sistema político y reformamos las instituciones, saldremos adelante con el esfuerzo de todos. La respuesta no es derogar, dice, sino reformar lo que tenemos. Pero olvida que para reformar hay que sentarse a la mesa del diálogo con el adversario, y no parece el mejor modo de hacerlo vetar su presencia.

Sin duda, Rajoy reflexionará, como también lo harán sus oponentes. Están de acuerdo en que no habrá terceras elecciones, pero tanto en el "Debate a 4" como en sus posteriores proclamas, más que mostrar posibilidades de acuerdo, insisten en resaltar sus incompatibilidades y antagónicas diferencias. Apuntan las encuestas a un 30% de indecisos, una proporción tan elevada que daría al traste con los actuales pronósticos según del lado que se decline. Pero todos saben que no habrá mayorías absolutas y que la pluralidad ha llegado para quedarse porque así lo queremos los españoles. Tendrán que hacer un esfuerzo para entenderse y entendernos.