Decía Eurípides que "El hombre superior es el que siempre es fiel a la esperanza; no perseverar es de cobardes".

Hay hechos por los que merece la pena vivir. Acabo de ver emocionada el documental realizado por Noemí Cuni sobre el joven médico e investigador español de enfermedades infecciosas, perteneciente al Instituto de Salud Global, Oriol Mitjá, bajo el título "Donde acaban los caminos". Todos ustedes deberían verlo en Internet. Es una gran lección de vida y esperanza, porque hace recuperar la fe en el género humano.

Con este proyecto se intenta dar voz a una de tantas enfermedades olvidadas, se trata del pian, una clase de lepra que acaba estigmatizando a todo aquel que la padece, sobre todo a niños, pues se llena su cuerpo de llagas dolorosísimas, y nadie quiere jugar o acercarse a ellos. Se contrae por una bacteria o por el contacto directo de piel con piel.

Con un futuro prometedor, este médico decidió dedicarse a solucionar problemas de grandes masas de población y se fue a estudiar enfermedades contagiosas en lugares de pobreza extrema. Así acabó en la isla de Lihir, en Papúa Nueva Guinea, en el Océano Pacífico, donde existía el pian, que afecta a más de 500.000 personas en el mundo, 100.000 de las cuales son niños.

Y tras muchos estudios de campo descubrió que se soluciona el problema en 6 meses, simplemente tomando cada paciente solamente una pastilla de azitromicina, que se usa en los países desarrollados para curar la otitis o la bronquitis. El índice de las curaciones, hasta el momento, asciende a un 90%.

En dicha isla, donde no existen los conductos de agua, luz, ni por supuesto jabón para la población autóctona, pero sí hay una compañía minera, la Newcrest -que extrae nada menos que 700.000 onzas de oro al año, gracias al trabajo de los locales, muchos de los cuales padecen la enfermedad-, la cual ha ayudado con tan solo 25.000 dólares al año a la campaña del joven médico.

Quienes allí viven presentan una curiosa peculiaridad, son negros, pero de pelo rubio.

Se necesitan 200 millones de euros para erradicar la enfermedad de la faz de la tierra. Él ha tocado en todas las puertas, solicitó ayudas al Ministerio de Economía español, al Gobierno australiano, a la Comisión Europea y a muchos más, pero ninguno se las concedió.

Sin embargo, este gran hombre no pierde la esperanza, porque ha encontrado el sentido a la vida, devolviendo la alegría a todos aquellos seres olvidados de la tierra que habían perdido toda esperanza de recuperación. Una de las mujeres a las que comunica que sus hijos se han curado llora de alegría a la puerta de un cobertizo, donde se dan los tratamientos de forma gratuita.

El médico no pierde la sonrisa y atiende con afecto y gratitud a cientos de personas que acuden, al haberse trasmitido de forma oral que hay alguien que tiene cura para su dolencia. Los niños, que presentan llagas horribles y mutilaciones, debido a la enfermedad, también sonríen cuando comprueban que ha desaparecido el dolor y que su piel aparece limpia, sin heridas.

Yo me pregunto qué pasa con todos estos que quieren manipular el destino de nuestras sociedades, que se matan por dirigir el cotarro, gastando cantidades astronómicas en papeletas sin sentido, aire, al fin y al cabo, para conseguir que su tribu ostente un poder efímero, simplemente para enriquecerse aún más, cómo no se les cae la cara de vergüenza, asistiendo una y otra vez a casos como este, a los que les dan la espalda, cuando ellos andan despilfarran todo y más, sin que les duela el sufrimiento de los otros.

Pero no debemos perder la esperanza, porque también se dice que "El goteo del agua hace un hueco en la piedra, no por la fuerza, sino por la persistencia", y persistencia es lo que tiene y a raudales este soñador que ha hecho posible su ideal de curar a miles y miles de personas y acabar con una de las enfermedades más duras del momento, en muchos lugares del mundo.

Gracias, Oriol, por habernos hecho recuperar la esperanza.