El toque de queda se define como una prohibición; cuando suenan las campanadas de la "queda" se prohíbe circular libremente por las calles de la ciudad, generalmente en horas nocturnas, lo que suele hacerse en situaciones de guerra o conmoción interna de un país. Pero la "queda" del Consistorio en Zamora solía utilizarse cuando la Corporación salía del edificio municipal para la celebración de algún desfile o acontecimiento, también se hacía sonar cuando la ciudad tenía motivos de regocijo.

Durante la dominación francesa, la campana de la queda estaba rajada y aunque la Corporación municipal no estaba para muchos gastos decidió refundir la campana, con lo que paradójicamente, los invasores estuvieron de acuerdo y ofrecieron una campana de 40 arrobas que estaba en el monasterio de San Jerónimo.

Cuando los franceses evacuaron la plaza en 1813 no estaba concluida la campana, por lo que colgaba de la torre otra provisional que fue la que sonó en albricias de la marcha de los invasores. El día de la Ascensión del Señor en 1814, queriendo celebrar al mismo tiempo que la redención del género humano, la supresión de los años de invasión, mientras las doncellas de San Antolín y San Esteban, rodeando a la imagen de la Virgen de la Concha, precedían a los entusiastas realistas que, en carroza dorada arrastraba el retrato de Fernando el Deseado, dando el cortejo vuelta a la plaza entre disparos de cohetes y toques de la "queda", un trueno horroroso puso en dispersión a la gente, acalló las campanas y la alegría cambió en gran susto. Había caído sobre la torre una chispa eléctrica que, por fortuna, no tocó a los imprudentes que hacían vibrar el metal. La chispa la recibió Pero Mato en la punta de la lanza haciendo girar la veleta de forma desusada. La torre quedó cuarteada y resentida, por lo que según informaron los maestros de obra, hubo que apuntalarla inmediatamente. La maquinaria del reloj quedó inutilizada por completo a causa de la exhalación, costando remplazarla por otra nueva doce mil reales.

Acabada la restauración de todos los desperfectos causados por la chispa, se concertó la subida de la campana fundida con el maquinista Santiago Montanera en el precio de ocho mil reales por el que se comprometía a vencer las graves dificultades de la operación e instalar los aparatos necesarios por medio de los cuales tocaran automática mente el reloj y las treinta y tres campanadas de la "queda". Habiendo pedido los vecinos que antes de subir la campana se quitase el letrero que tenía, cuya inscripción era laudatoria al rey José Napoleón, se atendió la petición patriótica de los solicitantes.

La destrucción de estatuas, símbolos, leyendas, que se repite en cada revolución, no sirve para otra cosa que para demostrar los malos instintos de los que ejecutan estos actos vandálicos, aunque la historia conserva los recuerdos que inútilmente pretenden borrar.