El lenguaje?, el lenguaje?, decía mi abuelo, esa frágil y enloquecida materia sin cuerpo es una hebra delgada que enlaza las pequeñas aristas y los ángulos superficiales de la vida solitaria de los seres humanos", escribe Ricardo Piglia en "Los diarios de Emilio Renzi", extraordinario libro que viene a ser la novela de una vida, la de este recomendable escritor argentino. En él se relatan experiencias cotidianas, historias íntimas y pasiones, en las que la escucha resulta decisiva. Escuchar a los otros, padres, maestros, abuelos, a esa bella muchacha que te pregunta qué estás leyendo.

El oído nos permite captar sonidos, oímos el ruido del tráfico, el trino de los pájaros, el contenido murmullo de la lluvia tras los cristales y también oímos palabras. En este caso, necesitamos añadir al involuntario oír un intencionado y consciente escuchar. A la palabra proferida y escuchada fiamos nuestras vidas. Manejar un amplio vocabulario nos hace más ricos y más libres, tanto como poseer la sabiduría de la escucha. Esta se consigue con dedicación y esfuerzo. Se puede ensayar, lo mismo que el lanzamiento a canasta, el dibujo en perspectiva o la ejecución de una melodía. Es más que oír con paciencia a los demás, supone un compromiso activo que quiere entender, que se interesa por lo que el otro dice. Así, necesitamos de un cierto silencio interior que deje sitio para interpretar lo que escuchamos. Es una forma de abrirnos al que nos habla, de darnos y de encontrarnos. El desencuentro suele nacer de la incapacidad para escuchar al otro o de la intención de responder, cuando el interlocutor todavía está hablando.

Las ventajas de una escucha atenta son muchas: se aprende, se toman mejores decisiones porque tienes más información, se anima al que está en el uso de la palabra, le hacemos sentirse mejor, se reducen tensiones, si las hubiera, se obtienen mejores resultados en el trabajo y en las relaciones personales y puede ser un factor que multiplique tus momentos de felicidad.

La buena escucha determina la convivencia en el seno familiar, entre los padres y entre estos y sus hijos. El deterioro de una relación de pareja es causado, en el mayor de los casos, por la mala disposición de una de las partes, o de las dos, para escuchar a la otra. Cuando padres y madres dicen no entender qué pasa con sus hijos adolescentes, habría que mirar en la misma dirección.

Nuestro alumnado tiene dificultades muy serias para escuchar al profesor y a los compañeros. Esta destreza, bien trabajada en infantil y primaria, se ha ido perdiendo según avanzaban de curso. Llegan a la ESO o Bachillerato con un comportamiento disperso, incapaces de centrarse en escuchar al profesorado y mucho menos a sus colegas de clase. Sabemos que Internet y los móviles contribuyen a esta falta de atención, pero no creo que sea la única causa del problema. Tenemos que preguntarnos por lo que pasa en las familias, por cómo se relacionan padres, madres e hijos. También hay que tener en cuenta la relación que los docentes tienen con sus alumnos. Creo que escuchar las inquietudes del alumnado tendría beneficios para todos. Mejorarían los resultados académicos y la práctica docente sería mucho más satisfactoria. Debemos proponer unos objetivos irrenunciables: que nuestros alumnos aprendan a escuchar, a dialogar y a construir un argumento a partir de lo dicho por otro. Serían un sólido cimiento para una educación buena.

Cuando nos fijamos en los políticos que dirigen las diferentes administraciones públicas, esta reflexión sobre la necesidad de escuchar se torna urgente. La situación política española no saldrá de su postración si no rompemos con la perversa relación que ha existido entre Gobierno y gobernados. Estos últimos eran escuchados en las convocatorias electorales. El PP y el PSOE interpretaban a su antojo lo que el pueblo les había dicho con sus votos. Tenían sus consejeros áulicos que descifraban el enigma del resultado electoral. Así acometían su tarea de gobierno o de oposición. Hasta ahora, después de las últimas elecciones generales seguimos sin gobierno. Debe ser que lo que han escuchado en las urnas no les ha gustado o no saben interpretarlo. El señor Rajoy está mirando al cielo, debe esperar aquel alimento bíblico, el maná que Dios envió gratuitamente a los israelitas que deambulaban por el desierto. Pedro Sánchez tiene taponados sus oídos con la cera que producen las abejas de los zánganos de su partido y no puede escuchar otras palabras diferentes al zumbido conservador, ese manido discurso de la austeridad y del "se rompe España".

Escuchar a los ciudadanos significa ayudarles a combatir los miedos, a luchar para que esa mayoría, atropellada por las políticas neoliberales, acabe uniéndose y pueda garantizar: "el cuidado de las personas y las instituciones por encima de cualquier otro interés", como diría el escritor, narrador oral y excelente escuchador, el zamorano Fernando Martos.