Cuántas veces hemos oído decir, ante la pertinaz petición, mano extendida, de un indigente, aquello de "A pedir al Vaticano, que allí viven como dios". Todavía he tenido oportunidad de escucharlo el otro día de labios de una persona que pecó de arrogante, de distante y un tanto cruel porque el tono fue en realidad vergonzoso y despectivo. Esa persona profirió tales palabras el mismo día en el que supimos que Francisco, al que le gusta bajar al barro, por lo tanto poco amigo de alfombras rojas y de mullidos sofás, se llevaba con él, como huéspedes de El Vaticano, a doce refugiados musulmanes. La Santa Sede se hará responsable de ellos, pero durante los primeros días la comunidad católica de San Egidio se encargará de acogerlos.

Qué diferencia más abisal con el Daesh que mata por igual a musulmanes y a cristianos. Qué diferencia con los intolerantes, con los fanáticos, con esa caterva que se ha propuesto cambiar el mundo a su imagen y semejanza, que no a la de su dios, cometiendo los más salvajes atropellos y violaciones. Todos cuantos hablan de las cómodas bondades del Vaticano tendrán que pensarse muy mucho ciertas respuestas, porque ha sido el santo padre, y no los políticos de toda Europa que juegan a solidarios, el que ha dado el primer paso.

Todavía no he visto a un solo político a izquierda y derecha, sobre todo aquellos a los que se les llena la boca de humanidad, de amor (make love, not war), de esperanza, de derechos humanos, de lucha por la igualdad, de amistad y de todo eso que en teoría suena tan bien pero que difícilmente se lleva a la práctica, en silencio, sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era, llevar a sus casas no a tres, sino a una sola familia de refugiados. De esos a los que se está maltratando con la fusta de la indiferencia en Grecia, en Turquía y en otros países más. No me extrañan las críticas del "poverello" argentino al acuerdo de la Unión Europea con Turquía y a la falta de sensibilidad política que demuestran los próceres del norte y del sur, del este y del oeste de la vieja Europa. Es vergonzoso lo que está ocurriendo. Solo un hombre, Francisco, ha cogido ese toro por los cuernos, y en pleno año de la misericordia ha actuado con misericordia. Es verdad que a lo mejor Europa, en solitario, no puede asumir tantas, tantísimas personas como huyen del horror de la guerra y del terror que siembra el Daesh. Que sea entonces la comunidad internacional, más allá de Europa, la que ayude, la que empuje, la que acoja. Pero que lo haga. Hay países con escasa población autóctona. Esta es la Iglesia que nos reconcilia con todo lo que de malo o regular haya podido hacer a lo largo de su historia. Porque siempre, cuando el agua llega al cuello, cuando parece que no hay solución, la Iglesia resuelve con fortuna.