En estos tiempos de horror, conmocionada aun la sociedad por la masacre de Bruselas, con la sangrante amenaza del terrorismo yihadista, fanático y asesino, sobre el mundo libre, resulta muy oportuna la visión o la revisión de una película que por mera coincidencia, aunque ahora los atentados se suceden unos tras otros ya sea en Europa o en cualquier país del mapa, se está pasando estos días a través de un canal de pago. Se trata de "Los caballos de Dios" un filme de producción francesa, pero dirigido e interpretado por marroquíes, escenario de la recreación de unos hechos tristemente verídicos.

La película, magnífica, obtuvo el máximo galardón, la Espiga de Oro, hace un par de años en la prestigiosa Seminci de Valladolid y ha competido con éxito en otros diversos festivales. Cuenta la historia, desde la intrahistoria, de los terribles atentados llevados a cabo por suicidas fundamentalistas en Casablanca, el año 2003, con un trágico balance de mas de 40 muertos. La matanza terrorista, una más de las muchas que se llevan producidas en lo que va de siglo, tuvo un especial impacto en nuestro país, pues uno de los escenarios elegidos por los islamistas para hacer estallar las bombas que portaban fue precisamente el restaurante y el bar de la Casa de España, atestado de personas.

Se narra en el filme, con gran tino y sensibilidad todo el proceso que llega a conducir a personas jóvenes a poder la vida con tal de quitar la vida a los demás, a los representantes de una civilización a la que odian a muerte, porque no es la suya y sobre todo porque así se lo inculcan. Los autores de la cadena de atentados de Casablanca, a los que la historia de la película sigue desde su infancia, pertenecen a unos estratos sociales que a su vez los hacen potenciales víctimas de quienes desde una posición religiosa predominante buscan los caballos de Dios, esos caballos de Alá, que cabalgarán desbocados hasta el terrorismo más atroz buscando un lugar en su paraíso. Todo sirve para tenerles a su merced, desde el chantaje a la garantía del futuro de sus familias cuando los yihadistas se hayan inmolado.

Es una historia tremendamente dramática, que da miedo. Y produce miedo por el fanatismo que preside todos los hechos que se narran, especialmente por las pocas dudas que pese a su juventud suelen experimentar los elegidos para el sacrificio, algo que quienes les organizan, les financian -alguien paga todo esto, la intendencia y la logística- y los eligen haciéndolo como el máximo honor posible en la tierra, solo comparten desde lejos. Pero sobre todo, proviene el horror de como es mostrado el inflexible proceso de lavado de cerebro que se lleva a cabo en quienes aceptan la yihad, la guerra santa, como el objetivo único y supremo de sus existencias. Sus voluntades e inteligencias, si es que las tienen, quedan pronto anuladas y destruidas para convertirse en maquinar gustosas de matar y morir.

Es difícil enfrentarse a una guerra así pese a todos los recursos de las fuerzas policiales y los servicios de inteligencia de la s naciones. Pero hay que hacerlo decididamente, todos a una. Como hay que hacerlo contra todas esas otras tantas formas de manipulación que se dan en la sociedad actual.