Estaba previsto. Los servicios de inteligencia lo sabían. Esperaban que de un momento a otro se produjera una matanza, y sin embargo, no pudieron evitarla. Tres de los terroristas, los hermanos El Bakraoui y un tercero se inmolaron en el atentado. Otro de los autores, Najim Laachraoui, logró escapar. Estaba en busca y captura desde el 4 de diciembre por su vinculación con los atentados de París. La justicia belga habría desestimado las advertencias de Turquía sobre la condición terrorista de Ibrahim el Bakrauoi. La inteligencia de EE UU también lo tenía fichado. El jueves, el ministro del Interior, Bernard Caseneuve, anunciaba que las fuerzas de seguridad habían desbaratado un nuevo atentado inminente. Ese mismo día, los ministros del Interior de la UE reconocían que no habían aplicado las medidas de seguridad aprobadas tras los atentados de París. "Hay falta de voluntad política, de coordinación y, lo más importante, falta de confianza", reconoció Dimitris Avramopoulos, el comisario del Interior de la Comisión. "Los que perpetraron los atentados en Bruselas eran bien conocidos por los servicios de inteligencia. Lo mismo ocurrió en París. Es el momento de cooperar".

Sorprende la impotencia y la inacción. Ahora todos los países europeos parecen dispuestos a hacer lo que ya habían aprobado y dejaron para más tarde. La nueva matanza terrorista les ha despertado. Las masacres de París, de Londres o de Madrid no llegaron a convencerlos para adoptar las medidas necesarias para destruir al enemigo. Tampoco lo fueron las amenazas del ISIS, ni los informes de inteligencia que detectaban los viajes de instrucción a Siria de jóvenes europeos que posteriormente retornaban a Europa convertidos en terroristas, dispuestos para sembrar de sangre y fuego la sociedad en la que han crecido y desarrollado. Los ideólogos del ISIS alientan en ellos el odio racial y convierten su desesperanza o fracaso personal en el enganche a una causa común: el odio al cruzado con el que se criminaliza a los ciudadanos de la sociedad abierta. Nuestros gobernantes no terminan de encontrar el modo de ganar esta nueva modalidad de guerra.

Se trata de una guerra global en la que no hay frentes. Lobos solitarios o comandos perfectamente adiestrados golpean al enemigo en objetivos civiles, causando el mayor destrozo posible e inoculando el miedo entre los ciudadanos como rehenes de las decisiones de sus gobernantes. En esta nueva forma de guerra es difícil garantizar la seguridad total, pero como en todas las guerras es posible ganarla con el mínimo de pérdidas humanas y la más rápida neutralización del enemigo. Excusa de mal estratega es admitir que es imposible evitar los ataques de terroristas suicidas, pues estos se camuflan entre la multitud y actúan cuando nadie se lo espera. Labor de la inteligencia será detectarlos y actuar antes de que ellos lo hagan. Detener a un individuo que ofrece suficientes indicios de comportamiento asesino no debería ser un problema a resolver en nuestro Estado de derecho.