Que el PP es desde mayo pasado una nave a la deriva es algo evidente y notorio cuyo mayor reflejo es la situación actual del mapa político español. Pero Rajoy se resiste, sigue apoyándose en la frágil muleta de ser el partido más votado, pese a todo, incluso a la corrupción que corroe su médula, y parece seguro que repetirá como candidato en las nuevas elecciones, que se celebrarán, salvo ese milagro que será muy difícil que se produzca y que evitaría el volver a las urnas. Todos le dicen que su hora ha llegado, que se acabó lo que se daba, y así se lo han expresado a la cara en el pasado debate de investidura, tanto Pedro Sánchez como Albert Rivera. Y ya Aznar, tras el fracaso del 20D, no tuvo el menor inconveniente en pedir a su partido una asamblea abierta para la renovación, la refundación incluso, el partir de cero o casi en cualquier caso, que se le hace urgente a la derecha si no quiere verse absorbida no tardando demasiado por el centroderecha, ese sí, de Ciudadanos y hasta de Vox, la formación desgajada del PP, que no renuncia a seguir en la brecha.

Y como siempre ocurre en asuntos semejantes, todo lo que puede empeorar, empeora. Porque las bases del PP, la militancia -que no es tanta como aseguran, y mucha de la cual no paga, que pague Bárcenas, dicen- ha comenzado a moverse, a extender gérmenes de rebelión en ese ambiente cerrado y oscuro, caciquil, que es su partido. Sobre todo por parte de los jóvenes, hartos de la falta de democracia interna y de la inmensa corrupción descubierta, más la que falta por descubrir si es que se descubre. Pero no solo la juventud del partido alza la voz en protesta pues también un numeroso grupo de afiliados se ha dirigido a los órganos competentes pidiendo un congreso democrático del que salga el líder y el candidato para las nuevos comicios si han de celebrarse. Incluso parece que se han detectado movimientos por la renovación en sectores de la vieja guardia con el incombustible Mayor Oreja a la cabeza. Y hay también, y ya se ha hecho notar, un importante grupo de militantes que bajo la denominación de Floridablanca y capitaneados por Isabel Benjumea ha iniciado los cimientos del basta ya. Disponen de una página web y tienen miles de entradas en la misma todas las semanas. No solo ellos porque en los sitios donde más ha incidido la corrupción: Madrid y Valencia y Baleares, con sus grandes entramados y sus cientos de imputados, las bases se han echado a la calle con unas exigencias absolutamente lógicas y normales en un partido que cultiva las formas democráticas, lo que no es el caso del PP, anclado al dedo y a la política de amiguetes, y que no cede en sus posiciones al servicio de las élites de las que forma parte.

Regeneración, eso es lo que piden. A través de medidas como elecciones primarias, en las que cada afiliado sea un voto; listas electorales abiertas; representación territorial; una persona, un cargo, y nada más; proceso congresal; participación real de los militantes; limitación de mandatos; garantías éticas, y más. O sea, recrear el partido pero desde las bases, no desde la cúpula. Es lo menos que se puede y debe exigir, y algo que todos los demás partidos han adoptado ya, excepto el PP.