El tipo del "sabio" tiene mala prensa. En los cuentos infantiles o en las películas suele corresponder a un vejestorio chiflado. El "sabelotodo" funciona como un despectivo. En catalán se conserva mejor el insulto del "sieteciencias", que también se utilizaba en castellano. Era el individuo despreciable que sabía mucho. Las siete ciencias eran el compendio del trivium y el quadrivium de las universidades medievales, es decir, todas las asignaturas.

En nuestro tiempo se desprecia al que estudia mucho, el "empollón", al que alardea de tener muchos conocimientos. Es la consecuencia de la degradación a la que ha llegado la enseñanza. El "maestro" de antaño (siempre con el título de "don") apenas existe, ni en la escuela de primeras letras ni en los estudios superiores. Los profesores de ahora ni siquiera explican desde una tarima, se hallan al ras del suelo como los alumnos.

Hoy son múltiples las ocasiones en las que se juntan a debatir personas expertas en la materia objeto de controversia. Pero cada vez es más corriente que quien discuta sea un individuo perfectamente ignorante. Hemos llegado a una especie de falsa democracia que permite que cualquiera puede perorar sobre el tema que sea. Ya no hay verdaderas autoridades en la materia, o no son reconocidas. Todo el mundo dispone de una terminal en las redes sociales por la que puede dar su parecer. No se exige ninguna competencia.

Las personas que se han pasado muchos años estudiando su parcela de conocimiento y que han acumulado experiencia cuentan lo mismo que los legos. Es corriente ver cómo muchas de tales intervenciones revelan que el conferenciante o el ponente no se han molestado en preparar el tema, ni siquiera lo llevan escrito. No se valora la experiencia profesional y el conocimiento.

En el sistema de enseñanza actual lo fundamental es atravesar los cursos, conseguir el título correspondiente, a poder ser, con carreras cortas y ponerse a ganar dinero en seguida. Por eso las becas se consideran como un derecho que todos pueden exigir. En su día fueron un privilegio que se conquistaba con méritos y esfuerzo. Ahí está la madre del cordero. El conocimiento solo se puede acumular con esfuerzo, con años de dedicación y experiencia. Pero esas son virtudes que ya no se aprecian. Cualquier chiquilicuatre puede ponerse a opinar sobre lo divino y humano. Es algo que parece más popular, pero solo es más populista.

La información se ha hecho accesible a todos, estamos en un nuevo enciclopedismo, esta vez, digital. Solo basta con mirar un poco el ordenador para estar informado sobre cualquier tema, pero esto no es suficiente. El verdadero conocimiento pasa por expresar conceptos propios, tener ideas originales, ser capaz de mantener una disertación inteligente, dar solución a los problemas asociados, o proponerlos. Y qué diremos de la sabiduría, la manera de saber vivir y discernir.

Hace poco me enteré de algo asombroso: grandes empresas y prósperos negocios empleaban filósofos en su junta directiva, me asombré y pregunté a uno de ellos cuál era su valor agregado, para preceder a gerentes y mandos medios en la mesa directiva, me llevé la sorpresa de comprobar que el mundo empresarial demandaba hombres con ideas profundas y conocimientos amplios sobre temas tan apasionantes como las utopías. Si no sabéis bien de qué va eso, podéis encontrar su definición en un buscador por Internet, pero no será fácil que lleguéis a proponer valiosas utopías a una empresa que marque su devenir y su futuro con solo conocimientos o un título universitario.