Hace quince años Zamora irradiaba limpieza por los cuatro costados. Resultaba difícil encontrar un papel en la calle. Imposible localizar una pintada. La ciudad se engalanaba para recibir a los turistas que se disponían a visitar la muestra de Las Edades del Hombre.

Los foráneos se admiraban de encontrar tanta pulcritud, y los zamoranos sacaban pecho presumiendo de poder mostrar una imagen limpia y aseada, propia de países desarrollados y respetuosos con su entorno. Pero, desafortunadamente, con el discurrir de los años, la situación fue cambiando de manera alarmante. Un día apareció una pintada furtiva. El siguiente, otra de mayores proporciones. Y así, día a día, año tras año, se fue imponiendo la "moda" de embadurnar las paredes, de ensuciar las calles, de ofrecer una imagen tercermundista. Y los vándalos, contando con que el Ayuntamiento miraba para otra parte, consiguieron que la degradación se hiciera compañera inseparable de la ciudad.

Llegaron unas elecciones y luego otras. Y aunque la alcaldía continuaba regida por el mismo partido que años atrás había dejado la ciudad como la patena, lo cierto es que la limpieza dejó de respetar a los barrios, y no quedó un edificio o un monumento que se librara de la mugre. El Ayuntamiento prometía acabar con la costra que ensuciaba la ciudad de norte a sur y de este a oeste, pero lo cierto es que nunca movió un solo dedo para conseguirlo. Y así Zamora pasó a pertenecer a la cofradía del gusto olvidado.

Y los años continuaron transcurriendo sin pena ni gloria o con más pena que gloria. Y la situación se iba viciando. Y la impunidad se alió con los vándalos, porque el hecho de elevar escritos a los regidores municipales o presentar denuncias a la Policía Municipal servía para lo mismo que pedirle a santa Gema que te aprobaran en un examen. Y es que se palpaba en el ambiente falta de voluntad política, o quizás una engañifa basada en la seguridad que suele transmitir el hecho de ganar siempre las elecciones.

Mientras tanto, esa "moda" lacia y deslucida de las pintadas seguía fulminando la belleza de la ciudad. Tal "moda", que algunos para disimular la llamaron grafitis (olvidando intencionadamente que el grafiteo es un arte que nada tiene que ver con el vandalismo) siguió proliferando para mayor gloria de la secta de los gamberros invisibles, esos que con el espray en la mano gustan dedicar sus neuronas a ensuciar la primera pared que encuentran delante de sus narices. Y continuaron tiznando y degradando los paisajes urbanos, al solo objeto de dejar una estúpida constancia de sus "hazañas", nada distinto de la que otros habían dejado antes, ni diferente de las que otros añadirían después. Lo triste del caso es que, con el paso de los años, ha habido munícipes que se han acostumbrado a convivir con tal guarrería, de forma que llegan a disculpar ese tipo de actitud e incluso a justificarlo.

Ha sido ahora, con la llegada de unos nuevos ediles surgidos de las últimas elecciones, cuando se ha anunciado la aplicación de una partida de los presupuestos municipales al aseo de la ciudad. No es que se trate de un arrebato de originalidad, porque eso de tener la ciudad limpia es algo que debe ser consustancial con cualquier gestión municipal, especialmente en tiempos de austeridad, en la que al no contarse con fondos suficientes para acometer obras de relumbrón -de esas que suelen llevar una placa grabada con el nombre del prócer que la inaugura- hay que conseguir, al menos, mantener la cara lavada. Habrá que dar tiempo para ver si se cumple tal anuncio, si es cierto que se va a reactivar el presente, porque como lo de prometer es gratis, el que más y el que menos no se priva de hacerlo cuando le parece oportuno.

El hecho que se pueda llegar a dejar la ciudad como un pincel es condición necesaria, pero no suficiente, pues de no tomarse medidas que garanticen el cumplimiento estricto de las leyes ordinarias y de las ordenanzas municipales, en poco tiempo, cualquier esfuerzo realizado habrá sido en vano, ya que no pasará de ser un mero paréntesis entre el antes y el después, una atrofia más a la que estamos acostumbrados. Si de lo que se trata es de evitar actos que lleguen a provocar en los ciudadanos ingratas sensaciones, no habrá que caer en la tentación de copiar esa inútil campaña emprendida por el Ayuntamiento de Madrid, tratando de persuadir a los infractores para que sean limpios y aseados, dirigiéndose a ellos en términos propios de inmaculados querubines con alas blancas de algodón, porque los resultados no pueden estar siendo más desilusionantes, puesto que lo que hoy se limpia mañana luce relumbrante, pero pasado mañana vuelve a estar como unos zorros.