Desde el año 1836 el Ayuntamiento de Zamora trataba de llevar a la ciudad el suministro de agua potable; se iniciaron gestiones para traerla desde la fuente de la Alberca, se formó el expediente oportuno para sacar adelante este proyecto pero terminó archivado. Se decía que las aguas del Duero llegaban muy turbias la mayor parte del año y que por ello se buscaban otras aguas más transparentes que las del río.

No obstante, en el año 1869 publicó el Ayuntamiento el oportuno proyecto para elevar las aguas del Duero, con lo que se formalizó el oportuno contrato el 1 de julio de 1870 con la Empresa británica representada por Thomas Artur Greenhill por el que se comprometía a establecer máquinas de vapor capaces de elevar mil metros cúbicos diarios de agua; colocar en las calles las tuberías de distribución en una longitud de seis mil metros; establecer cinco fuentes públicas, tres de adorno y cien bocas de riego; llevar el servicio a los particulares que lo pidieran, y la condición de que, al expirar el término de ochenta años que debía durar el contrato, todas las obras y maquinaria pasarían a propiedad del Ayuntamiento.

La casa de bombas de elevación se estableció junto a la ermita de la Peña de Francia y se colocaron dos grandes depósitos en lo alto de la Puerta de San Torcuato.

El 12 de marzo de 1873 quedó inaugurado el servicio de agua potable con grandes festejos, bailes públicos, fuegos artificiales, cucañas y reparto a los pobres de dos mil panes y cuatro mil reales.

Hasta la fecha de inauguración del servicio municipal de agua potable, los domicilios se suministraban el líquido elemento mediante cántaros que transportaban desde la fuente de la Alberca, fuente de los Compadres, del Dornajo, Guimaré, Las Llamas y otros manantiales próximos a la ciudad.

Es justo que, con ocasión de esta reseña, dedique un cariñoso recuerdo a mi abuela Justa, muy conocida en aquellos tiempos como "La Aguadora". Mis abuelos acarreaban el agua en un carro-cuba y la llevaban a las casas pudientes vendiéndosela por cántaros. Era yo todavía un niño, allá por los años treinta y recuerdo los restos de aquel carro-cuba en el que habían transportado tantos cántaros de agua a domicilio; también recuerdo la vieja burra, la última que había tirado del carro y que aún sacaba agua del pozo dando vueltas a la noria que había en el huerto del barrio de Fuentelarreina.