La Nochevieja despidió 2015. A los que el año que acabamos de dejar les dio mucho, les parecerá poco, y a los que le dio poco han recibido 2016 con la esperanza de que les conceda más. Todos queremos más, dice la canción, pero los conformistas, que son muchos, al levantar sus copas por el nuevo año, pidieron que sea al menos igual al que se fue. Y es que eso de poder contarlo no es mala cosa, aunque sea con goteras.

Antiguamente la cena de Nochevieja tenía algunas variantes con el menú de Nochebuena. Desaparecía la coliflor, el besugo o el chicharro al horno, siendo sustituidos por las "angulas", en algunos hogares, el bacalao y el cordero. El pollo nunca falta a la cita, lo mismo que la compota, los turrones, mazapanes y otros dulces. Las copichuelas eran las mismas, aumentando la dosis de "champagne". Los mariscos eran unos desconocidos en la mayoría de los hogares, ¡qué pena!

En la mayoría de los hogares se reunía toda la familia y la mayor alegría, animación y gozo se descubría en la cara de aquella madre, que tras haber estado durante todo el día elaborando la cena para todos sus hijos y nietos, sin dejar de sonreír, estaba atenta a todo cuanto ellos hacían o decían, con el amor y entusiasmo que para ella suponía tenerles a su alrededor, entonando el brindis de "Marina": ¡A beber y apurar las copas de licor! Y de repente un sonoro grito: ¡Las uvas, qué van a dar las doce! Y el viejo reloj del comedor dejaba caer las doce campanadas. Los que tenían reloj de Cuco este lo hacía al compás de sus cucús. Entre atragantamientos, sofocos y risas, las doce uvas iban pasando a los "adentros" y ¡feliz año nuevo!, se oía continuamente. También se oían algunos disparos de escopeta desde los balcones para celebrar el acontecimiento y recibir el nuevo año. No había guerra de cohetes ni bombazos como los de ahora, entonces se lanzaban serpentinas; sin embargo, era costumbre en algunos sitios lanzar al patio de las viviendas viejos pucheros y cazuelas de barro, que al chocar contra el suelo hacían mucho ruido al saltar hechas añicos, ¡qué locura! Y de balcón en balcón, de ventana en ventana, los vecinos, voz en grito, se deseaban un ¡feliz año nuevo!

Luego, años más tarde, a imitación de los madrileños, comenzó la costumbre en numerosas poblaciones de recibir el año nuevo con las doce uvas.

La ciencia que no descansa para que las personas vivan más años, y cierto es que así es, pero también es cierto que los mayores se fueron o los llevaron a las residencias. La sociedad, imparable, comenzó a crear los cotillones en los hoteles, restaurantes, pubs y discotecas, y más tarde las famosas casas rurales.

Y todo ello debido al avance social y a la prolongación de la vida de las personas, contribuyó a la disminución y, casi, a la erradicación de las reuniones familiares.

En la pasada Nochevieja fueron muchas las familias que se reunieron en torno a los abuelos, quienes -los que no se hayan ido a las residencias- invitaron a sus familias. Estos abuelos, con sus humildes pensiones y sus ahorros que fueron atesorando durante lustros, hacen un poco más felices a sus familiares. Así lo han venido haciendo desde que se inició la crisis económica, que ha generado un copioso número de desvalidos, que necesitan ayuda y protección para resistir.

Gracias abuelitos, siempre habéis estado cargados de grandeza y bondad. Un abrazo para todos vosotros y ¡feliz año nuevo!

Salvador Moreno Alonso