Los viejos aficionados del Real Valladolid nunca tuvieron confianza en aquel joven entrenador que a mediados de la década de los 90 se hizo cargo del equipo, un plantel de los más lucidos y efectivos que ha tenido el club pucelano a lo largo de su historia, tal vez porque Rafa Benítez y su entorno no dejaban de alardear de tácticas y técnicas, pero la práctica en los campos de fútbol no concordaba luego con las teorías. Se necesitaba equilibrio, pontificaba Benítez, pero antes de finalizar la primera vuelta el pobre Valladolid aparecía en último lugar de la tabla de clasificación y a siete puntos del que le precedía. Así que al final de un desastroso partido más en Zorrilla, el entonces presidente del club, Marcos Fernández, bajó al vestuario y puso en la calle al flamante teórico del fútbol que tanto gustaba de estudiar al rival y preparar y entrenar cada partido.

No se sabe si Florentino Pérez, el presidente del Real Madrid acabará haciendo lo mismo en horas, días, semanas o meses, pero lo que sí se sabe es que en fútbol, como en todo, los resultados son los que mandan. El desastre blanco en el clásico, contemplado por 600 millones de personas en las televisiones de 170 países de todo el mundo ha supuesto un baldón que no es único en el Bernabéu pues se une al 2-6 de hace pocos años y a un histórico 0-5 de hace varias décadas, siempre a favor del Barcelona. Antes o después, la carrera de Benítez en el Madrid está acabada ya. Porque además hay formas y formas de perder y lo que hizo el equipo en el césped fue el ridículo más espantoso y denigrante. Bailados, humillados, dominados, sin alma, sin coraje, sin actitud, recibieron cuatro goles como pudieron recibir alguno más e incluso alguno menos, pues el segundo tanto catalán fue un claro fuera de juego.

Se veía venir, tras los últimos partidos que significaron otros tantos desastres en cuanto al juego realizado, con el Madrid encerrado atrás, sin recursos, sin velocidad, incluso sin una adecuada forma física. Repetidamente se ha visto en lo que va de temporada como los blancos han jugado a la defensiva en su propio campo y ante equipos modestos a los que ganaban con apuros. Pero es el Madrid, y el Madrid no puede jugar así, con presupuestos millonarios, con supuestas estrellas del balón, con un pasado glorioso y con una ambición y una exigencia de ganarlo todo, y ganando bien, sin límites. Benítez hablaba al principio de lograr equilibrio en la defensa y entre líneas, pero no solo no lo ha conseguido, sino que ha roto el conjunto y ha hecho desaparecer las virtudes que enseñaron al equipo sus antecesores en el cargo.

Aunque todavía falta mucho para los títulos, las perspectivas son muy malas, siga el técnico o sea sustituido por Zidane. Como el mismo entrenador ha reconocido, hay que recuperar antes anímicamente a los jugadores. Pero es que la crisis tiene raíces más profundas y hondas y los tiros son de largo alcance, no siendo Benítez el único objetivo pues la misión final y no imposible es forzar la marcha de un Florentino Pérez que se está equivocando demasiado y al que ya los espectadores piden la dimisión, inducidos por una parte de la crítica deportiva madrileña. El Madrid es ahora mismo una olla de alta presión.