Ante lo que han calificado los políticos franceses (y algunos no franceses) como "un estado de guerra", el pueblo francés unánimemente ha llamado a sus hijos a "formar batallones" y hacer correr la sangre enemiga. "La Marsellesa" ha llegado a nuestros oídos y nos ha resonado haciendo vibrar el espíritu patriótico. Es algo en lo que coinciden todos los que han manifestado su opinión: la reacción de la sociedad francesa ante la desgracia del espantoso atentado reciente ha sido ejemplar; y se ha concretado en manifestar su profunda indignación cantando al unísono el vibrante himno nacional.

Personalmente me ha retrotraído a los momentos en los que se celebraba en el Parque de los Príncipes de París el final de la Vuelta a Francia, precisamente el año en que fue el español Bahamontes quien ganó la prueba. El número dos de los vencedores fue un francés y, después de interpretar la orquesta el himno español (en honor de Bahamontes), que el público escuchó mudo -no podía ser de otra manera-, seguidamente, para celebrar el triunfo de su compatriota, me sorprendió todo el público -su mayoría nacional se entiende- cantando a una su himno nacional, vibrante y glorioso, para proclamar enardecidos la gesta de su compatriota (creo que fue Anquetil). Han transcurrido muchísimos años -la friolera de unos 58- y mi ánimo ha reunido en una sola las dos impresiones: la festiva del acontecimiento deportivo y la doliente de los cuerpos mutilados y cubiertos de sangre en la otoñal tarde de este viernes.

Con esta coincidencia de dos acontecimientos parisinos no puedo menos sino confrontar lo que ocurre en nuestra patria ahora (en los inicios del siglo XXI) y lo que ocurría en la misma España (la misma y tan diferente) cuando yo era niño y en las escuelas a las que asistía -fueran las nacionales de Requejo, La Hiniesta, Andavías y Almendra o la privada de mis padres en las dehesas de Valverde y Timulos-. Entonces todos los niños, puestos en fila, cantábamos, antes de comenzar la primera clase de la mañana, el himno nacional español, con la letra que había escrito José María Pemán. Con los años, se ha perdido aquella sana costumbre y se ha hecho uso obligado, en todos los actos en los que se recurre al mismo, escuchar en silencio el himno que solo interpretan los instrumentos musicales; porque los españoles de ahora no se ponen de acuerdo para escribir una letra comúnmente aceptada. Incluso se han acallado los tibios intentos que han existido en los partidos de fútbol no hace muchos años. Y no quiero -porque eso ya es el "colmo"- traer aquí el baldón que hemos presenciado cuando el himno y la bandera, que representa a nuestra patria, han sido objeto de silbidos el primero e infamante fuego la segunda.

Es impresionante la diferente actitud de los franceses -de antes y de ahora- y de todos los españoles de antes y muchos de ahora, sobresaliendo sobre algunos grupúsculos de españoles (así se dicen), que no solo excluyen el himno entre sus preferencias sino que llegan hasta silbarlo en competiciones deportivas. Sin embargo, admira -sobre todo en una democracia- que esos pequeños grupos se impongan sobre la abrumadora mayoría del resto de los españoles; y logren que no se llegue a consensuar la redacción y puesta en uso de un himno español.

Me encantaría que, en fecha muy breve llegáramos a tener letra digna y adecuada a la esplendorosa historia de España. ¡Qué emoción escucharla, no en sucesos como el de Francia -ya tuvimos el nuestro y está más que de sobra- sino en los muy numerosos triunfos de nuestros deportistas, en los emocionantes "Días de las Fuerzas Armadas" y en cualquier acto que se celebrara y mereciera ser dignificado con el himno nacional! No merece menos la gesta continuada de nuestros antepasados y de todos aquellos que han puesto su vida al servicio de España, en importantes empresas, que, a diario, proclaman ante el mundo el patriotismo y la valía de tantos y tantos españoles en las múltiples profesiones que los ocupan. ¡Que una digna letra acompañe a la música de "La Marcha Real", adoptada como himno; o a otra música, excelente en dignidad, que pudiera servir a este honroso menester! Pero que nuestras voces cambien la mudez actual por la entusiasta proclamación de la sempiterna grandeza de España. Tal es mi humilde deseo y el de muchos actuales conciudadanos que se dicen y son, en el corazón, verdaderos españoles.