Se ha armado una buena al no haber aceptado el alcalde participar en la ceremonia del Juramento de la cofradía del Silencio. Se ha armado una buena, más que nada, por las críticas que han salido como venablos, desde la bancada de la oposición, en forma de descalificaciones. No haber aceptado la propuesta de la cofradía para protagonizar la tradicional plegaria dirigida al Cristo de las Injurias, ha supuesto, para algunos, una dejación de funciones del alcalde. Por otra parte, el primer edil lo ha justificado argumentando que su participación en ese acto estaría más próximo a un paripé que a otra cosa, ya que las ceremonias religiosas no coinciden precisamente con su línea de pensamiento.

Al alcalde no le faltó razón cuando dijo que hay que separar los actos políticos de los religiosos, como tampoco le habría faltado si hubiera optado por actuar como la alcaldesa de Madrid -que tampoco es creyente- quien se presentó, el día de La Virgen de la Almudena, en la ceremonia religiosa, dejando con la boca abierta a la mismísima Esperanza Aguirre. En este caso, la alcaldesa Carmena ha estado más cerca de quienes está representando que de ella misma. De manera que, cada uno es libre de poder interpretar esa sinfonía como mejor le vaya a su partitura, como más pueda aproximarse a su línea de pensamiento.

Menos mal que el máximo representante de la cofradía zamorana ha salido al paso con sensatez, entendiendo la postura del alcalde y dando solución "al problema" con algo tan simple como elegir a otra persona para dirigir la plegaria al Cristo Crucificado. De manera que así queda garantizado que sea un zamorano quien, de acuerdo con los estatutos de la cofradía, se encargue de ello con naturalidad y agrado. Y así sucederá. Y a ningún paisano, bien pensado, le parecerá mal. Y los amantes de la Semana Santa se verán representados por quien le sea encomendada tal misión, pues, a buen seguro que lo hará con orgullo.

Llega a sorprender que haya habido gente que se ha podido sentir molesta con la decisión del alcalde, sobre todo, más que nada, por haberse basado en que se trata de una tradición datada en los años "cuarenta" del siglo pasado, pero olvidándose que algunos alcaldes lo han podido estar aprovechando para colar mensajes de tinte político con el color de su partido, sin tener en cuenta que una plegaria debe ser solo una oración. No parece que sea propio de ningún alcalde la de pronunciar oraciones, como tampoco la de ningún obispo hacer que funcionen los semáforos, ya que a cada uno le competen misiones diferentes al uno materiales y al otro espirituales.

El hecho de hacer alusión a la tradición no ha sido algo especialmente acertado, ya que esa costumbre fue instaurada en los años que siguieron a la Guerra Civil española en los que al tratarse de una época oscura, de los actos públicos podía salir cualquier cosa menos una expresión de amor. Podría decirse que, actos de ese tipo, contribuían a una politización de lo religioso y a una sacralización de lo político. De manera que resultaría interesante poder escuchar, con oídos de hoy, algunas de aquellas plegarias que, a buen seguro, no sonarían como las actuales, o quizás sí, vayan ustedes a saber.

Por eso, pensándolo bien, este acto de "rebeldía" del alcalde ha podido venir bien, porque así cualquier zamorano podrá optar a tener el honor de dirigir la plegaria al Cristo de las Injurias, sin publicidad, sin aprovecharse de la situación, sin ningún tipo de interés en salir en la foto. No hay mal que por bien no venga, ya que quien tenga la misión de pronunciarla el año próximo podrá presumir de la imparcialidad propia de un ciudadano de la calle, de cualquier ciudadano. Porque el hecho de ser alcalde o persona destacada no garantiza, necesariamente, contar con las cualidades de honradez y amor al prójimo, virtudes que se le deben suponer a quien represente a los creyentes zamoranos en tan solemne acto.