El último Consejo de Ministros ha aprobado la Estrategia de Personas sin Hogar. Ya iba siendo hora de que la Administración se ocupara de las más de 30.000 personas que, en España, no tiene techo bajo el que cobijarse. Y si solo fuera eso. Pero es que el 40% de esas personas duerme en la calle en situación de inseguridad. Basta con decir para apuntalar tan dolorosa realidad que un tercio de los fallecimientos entre estas personas no es a consecuencia del hambre, del frío o del calor, dependiendo de la estación del año en que nos encontremos, del alcohol o de las drogas. Más de un tercio de los fallecimientos fueron por una situación violenta.

En España, que no es diferente al resto del mundo, se ha despertado una especie de "aporofobia", traduzco: "Odio violento hacia el pobre". Semejante fobia ha acabado ya con la vida de demasiados hombres y mujeres sin techo. En la memoria colectiva de todos están las muertes terribles de algunas personas, cuántas veces a manos de jóvenes que actuaron de forma execrable contra indigentes que trataban de pasar la noche en un cajero, en un banco o en una cabina de teléfonos. Armas blancas y de fuego, palizas y líquidos inflamables son el "modus operandi" favorito de los que ejercen una violencia inusitada contra estas personas, que no dejan de serlo por no tener un hogar.

Me parece terrible que cada seis días una persona sin hogar muera en España. El perfil de las personas sin hogar se aleja cada vez más de las drogas y el alcohol. Los motivos son ahora otros relacionados con la crisis, con la falta de trabajo y de autoestima, con el abandono por parte de la familia. Porque hay familias que cuando vienen mal dadas se deshacen. Cuántas veces echando de casa a quien era el motor económico del hogar, a fuerza de humillarlo y de hacerle la vida imposible.

Claro que, vaya usted a saber cuáles son las causas que pueden llevar a una persona a terminar en la calle cuando no se dan ninguna de las circunstancias habituales. La pérdida del trabajo y la separación conyugal se llevan la mayor y la peor parte, pero no son las únicas causas. De ahí la importancia del proyecto ministerial que trata de evitar la discriminación y garantizar los derechos de las personas sin hogar a las que ya va siendo hora de mirar con respeto, con la debida sensibilidad y solidaridad, y con caridad, pero una caridad bien entendida. Garantizar su seguridad, darles un techo y trabajar por su inclusión son las mejores medidas para acabar con la pobre estampa que ofrece la España de los 30.000 sin techo. Personas que merecen otra oportunidad. Personas cuya reinserción social pasa por una vivienda y por un empleo. Ambos pueden ser definitivos para recobrar la dignidad perdida. Se conseguiría también acabar con la ascendente aporofobia que parece haberse apoderado, sobre todo de gente joven.