Desde que me lanzaron al mundo, me acompaña una tensión casi permanente: quiero independizarme y no sé cómo hacerlo. El desasosiego ha ido creciendo a medida que los años y, principalmente, las experiencias vividas y compartidas por acá y por allá se han acumulado. Habito en una especie de costra de la que ya no puedo escapar. Es como una tela de araña que me tiene atrapado por los cuatro costados. Lucho, grito, peleo, combato, y nada: cuando he superado el primer asalto, aparecen en escena nuevos púgiles con formas muy diversas que se vuelven contra mí. Y así una y otra vez. Son fuerzas y presiones sociales que nunca logro controlar a mi antojo. Unos cuantos ejemplos aclararán la lucha titánica que mantengo conmigo mismo y con los demás.

Quienes me conocen un poco o mucho dicen que me encanta andar a mi puta bola. Perdón por el taco, pero es una manera de expresar que me parezco bastante al protagonista que describe el escritor suizo-alemán Hermann Hesse en su célebre novela "El lobo estepario". Pero que no se asuste nadie, ¿vale?, que aún no he cometido las pifias de los cánidos en la Sierra de la Culebra o en los territorios adyacentes. Que me guste andar a mi bola no significa que sea un lobo que vaya por ahí comiendo todo lo que encuentre a mi paso. No es eso. Es, más bien, que vivo, como tantos y tantos humanos, en un desarraigo casi permanente entre lo que deseo, lo que me gusta y lo que realmente hago o me dejan hacer. Porque desde pequeño hasta el día de hoy he ido mamando (sí, he escrito bien: ¡mamando!) palabras, miradas, normas, señales, gestos, guiños, etc., que ya no sé si son míos o si realmente pertenecen a los demás. En muchas ocasiones quiero desprenderme de lo visto, oído, tocado, olido y gustado, pero no puedo: regreso de nuevo a la red social que me atrapa.

Quiero independizarme, pero no puedo. Y aunque pudiera, ¿adónde iba a ir con mi supuesta independencia si no existe? La independencia es una fantasía. Nadie es independiente, ni tan siquiera aquellos que lo vociferan, lo desean o lo imaginan. Desde el momento en que nos lanzan al mundo, y aun antes, es imposible desprenderse de lo vivido. Para que se entienda mejor: incluso cuando alguien deja de amar a otra persona, el amor vivido ya no se puede borrar. Habitamos un espacio propio y compartido que se ha ido tejiendo con infinitas experiencias. Por eso, aunque me encanta andar a mi bola y quiero ser independiente, soy consciente de que mis deseos están condicionados por todo lo que he absorbido a lo largo de mi historia, que nunca será enteramente personal. Me gusta ser independiente, sí, pero en el fondo me gustan las islas, porque son porciones de tierra rodeadas de agua por todas las partes. Y los archipiélagos, porque las islas están separadas precisamente por aquello que les une: el agua. En fin, que a buen entendedor, pocas palabras bastan.