Esta expresión latina significa de hecho, algo que sucede por la fuerza de los hechos. Lo contrario a lo que tiene un reconocimiento jurídico, que sería de derecho. La escuché en un medio de comunicación al líder del aparato del PSOE en Zamora. Atendía a los periodistas que le preguntaban por la impugnación, planteada por el alcalde de Castroverde, Cecilio Lera, de las votaciones producidas en una agrupación socialista. El pertinaz perdedor Antonio Plaza pretendía salir airoso respondiendo que estaba resuelta "de facto". Ya no procedía responder a las justificadas denuncias del alcalde socialista más antiguo de España, porque el Comité Federal ya había aprobado las listas electorales del partido y ya nada podía cambiar las mismas. Vaya artista, otro que mira al dedo y no a la señalada luna del firmamento. Ya sabemos que sus estatutos otorgan todas las prerrogativas al líder máximo para quitar y poner, subir o bajar, fulminar o encumbrar a cualquier aspirante a un puesto de salida. Esa no es la cuestión, ya se abordará cuando el próximo congreso de los diputados reforme la ley electoral y la de partidos. El problema es que se atropelló y engañó para impedir que un ciudadano fuera candidato, se falsificó un documento y hasta se impidió la libre participación en una votación a personas con derecho a ello.

Estamos ante un escenario muy complejo, en él vemos aparecer conductas políticas de toda laya, algunas, como la descrita anteriormente, se siguen moviendo en el desprecio absoluto a las leyes y al respeto a las personas. Son las políticas de hechos consumados. Afectan a los mezquinos ámbitos de los partidos tradicionales e incluso a las decisiones que un gobierno pretende imponer sin los consensos y las garantías necesarias. Véase la Lomce, ley del siniestro Wert, que está llevando a la educación a un caos del que será difícil recuperarnos, o la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que ya los fiscales ven imposible de aplicar y los jueces afirman que dificultará la instrucción de procesos judiciales contra la corrupción.

Tenemos ante nosotros infinidad de bustos parlantes que sin pudor vierten sobre nuestros oídos estupideces sin cuento. Pero qué hemos hecho, por qué nos abruman cada día con sus monsergas. Además, repiten una y otra vez la misma tontería. Cuando sacan a Martínez Maíllo, por zamorano intento escucharle, siento vergüenza ajena; Cospedal parecía nefasta y de cartón piedra, pues él lo empeora, se lía y dice incongruencias. Seguimos considerando que nuestro presidente de Gobierno será fichado, después de las navidades, por el Club de la Comedia. Sus monólogos serán cortos y surrealistas, pero nos troncharemos de risa.

A Pedro Sánchez se le está congelando la sonrisa, ya no nos la creemos, también sus proclamas nos parecen frías, como las croquetas precocinadas, que encima te las tienes que comer a baja temperatura. Si además Trinidad Jiménez ficha por Telefónica, sus discursos de regeneración y cambio se van al garete. Ese sitio en el que se ha instalado Felipe González, ¿referente moral del socialismo? Aparece con su amigo, Carlos Slim, el segundo hombre más rico del mundo, el cual afirma que el grave problema de nuestro país se soluciona trabajando más horas y más años.

Lo de José Luis Ayllón, secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, ya es de traca, primero afirma que el debate Pablo Iglesias-Albert Rivera no lo había visto, para después frivolizar sobre si era un concurso para ser ayudante del candidato socialista y otros comentarios de listillo desvergonzado. Debe tener mucho miedo a que su líder acepte sentarse a confrontar sus propuestas con otros partidos. Precisamente, ese programa de La Sexta nos devolvió a todos los ciudadanos parte de la dignidad perdida los últimos años. Por el formato del debate, por la ausencia de condiciones previas, por el moderador y sobre todo porque los representantes de Podemos y Ciudadanos fueron educados, respetuosos y constructivos en sus intervenciones. Con independencia de que sus propuestas coincidan más o menos con nuestra concepción del mundo. Ya era hora. Llevamos más de 20 años maltratados por un bipartidismo cutre, maleducado y mentiroso. Para ellos la palabra no era sino el instrumento para la manipulación y el engaño.

Coincido con algunas reflexiones de Hannah Arendt sobre política. No se puede cambiar la sociedad intentando influir sobre cada uno de sus miembros. Para poder transformar nuestras instituciones, nuestras formas de organización social y política, no queda otra que reformar la constitución, las leyes y otros reglamentos. Después, con el paso del tiempo, veremos ese cambio en la ciudadanía.

España precisa con urgencia una reforma profunda de la Constitución y un fecundo trabajo del poder legislativo. Es hora de ponerse manos a la obra.