Este periódico publicó recientemente una lista con "las diez comidas más raras del mundo". He echado en falta algunas golosinas como las termitas, esos voraces insectos que están causando destrozos en muchas casas de barro y madera en los pueblos de Castilla y León. En todos los países negroafricanos las termitas están consideradas un manjar exquisito; se capturan con sacos cuando miles de ellas salen de los termiteros con las alas bien desarrolladas. El día señalado, los chicos no van a la escuela para ayudar a la familia en la recolección.

Cuando me contó este detalle festivo un avezado misionero italiano en Mogotio (Kenia), le comenté que en mi pueblo de Pajares de la Lampreana se decía en los días de las matanzas: "Cuando se mata el marrano y se muere la abuela, no se va a la escuela". También le aseguré que los chicos mordisqueábamos con fruición las patañetas o pezuñas de los marranos bien churruscadas. No pudo disimular un gesto de repugnancia.

Dos de las comidas raras citadas en LA OPINIÓN-EL CORREO son el cuy y el huevo balut. Degusté cuy o conejillo de Indias en Yanahuanca (Perú) durante la fiestas patronales de san Pedro hace una treintena de años. Estaba delicioso. En 1994 visité Filipinas. Desde el cuarto donde dormía, en el populoso municipio Quezon City de Manila, oía todas las mañanas la voz de una mujer que anunciaba intermitentemente: "Balut, balut".

Me interesé por esta mercancía. El cocinero de la casa donde estaba hospedado me explicó que se trataba del "huevo balut", cocido en agua hirviendo con el pollito dentro. Mi curiosidad se acrecentó. Me comentó el buen señor, que hablaba tagalo, inglés y castellano, que el huevo balut es un gran reconstituyente. Al decir reconstituyente esbozó una maliciosa sonrisa. Ante mi cara de asombro, me informó: "Da vigor a los hombres". No se atrevió a pronunciar la palabra afrodisíaco.

Dije al cocinero que me gustaría ver el pregonado balut y él mismo se ofreció para conseguirlo. Al mediodía me enseñó un huevo blanco. Le dio un golpecito contra un plato, le fue quitando la cáscara poco a poco, igual que se hace con un huevo duro. De pronto, apareció el misterio del balut: el huevo de gallina con el pollito dentro. El plumaje era muy visible. Quizá le faltaran tres o cuatro días para la eclosión, que, como se sabe, se produce a los veintiún días de su incubación. En una parte estaba el pollito en posición fetal y en la otra la yema con unas venitas pegadas a la clara. Le hice unas fotografías y el cocinero lo engulló después con satisfacción manifiesta. Me aclaró: "A los filipinos nos encantan tres cosas que en tagalo tienen tres bes: bere (cerveza), babag (mujer) y balut".

Quienes hemos tenido la oportunidad de viajar por varios continentes llevamos en el paladar infinidad de sabores. Algunos alimentos no tuve la osadía de probarlos, como los ratones ensartados en un palo que vendían chavales por los enrevesados caminos de Malaui y de Congo, ni orondos gusanos blanquecinos. Otras novedades culinarias las degusté con delectación, como los filetes de tortuga y las sopas aderezadas con largas médulas de choto en México o grandes pinchos con carne de cocodrilo, gacela y facóquero en el confortable restaurante Carnivore, a las afueras de Nairobi, capital de Kenia. Difícil de olvidar el sabor del refresco "bissap" en Senegal, elaborado con flores de hibisco, agua de jengibre y esencia de naranja.

Es obvio que la alimentación está estrechamente vinculada a las culturas y a los paladares; a veces también a las necesidades más perentorias. Por lo que respecta a los insectos, unas 2.000 personas los consumen en el mundo, sobre todo en Asia y en África. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) ha asegurado que su ingesta puede ser una buena solución para paliar el problema del hambre. Según la misma la FAO, los insectos son un alimento saludable con alto contenido en grasas, proteínas, vitaminas, fibra y minerales. Estén o no en el índice de comidas raras, quienes se alimentan con insectos saben muy bien lo que hacen.