Bueno, pues ya hay fecha para las elecciones generales. Después de pasarse un tiempo jugando al despiste y de que se diese casi por hecho que la llamada a las urnas sería para el domingo 13 de diciembre, llegó a Rajoy y anunció que definitivamente los comicios se celebrarán el 20 de ese mes, junto a la lotería, nochebuena y navidad. Y ¿dónde anunció el presidente del Gobierno tal decisión? Pues no en el Congreso, como hubiera sido lo suyo, sino en una entrevista, seguramente de esas de preguntas consensuadas, que le hicieron en un canal privado de televisión. Otro error más.

Debe ser un hombre de firmes convicciones religiosas, Rajoy, o de los que confían en su suerte -y es para ello después de más de treinta años en política- si espera que las vísperas de las grandes festividades tradicionales pillarán a la gente impregnada del espíritu navideño, harán olvidar todo lo pasado y votarán al PP. Va dado. Y tampoco le caerá el gordo que le permita continuar en La Moncloa como si tal cosa, como si no hubiese pasado nada, como si no hubiesen existido sus dolorosos incumplimientos electorales, sus abusivas subidas de impuestos y tasas, sus recortes en sanidad y educación, su congelación o bajada de sueldos y pensiones, con retención incluso de pagas extraordinarias, su alevoso hacer caer todo el peso de la crisis sobre las clases medias y sobre la ciudadanía en situación económica más débil, con un paro que ahora anda entre los cuatro y cinco millones de trabajadores sin trabajo, según la fuente de la información, ya sean las oficinas de empleo o la encuesta de la EPA, y cuando se llevan ya dos meses, en cuanto se acabó el verano, que vuelve a aumentar el número de parados.

El más hondo pesimismo parece que se ha instalado en la cúpula del PP tras lo sucedido en Cataluña donde mientras los conservadores caían estrepitosamente, Ciudadanos subía de forma espectacular. Y aunque los resultados quizá no se puedan extrapolar, o sí, esa misma derecha y centroderecha sociológica, que se localiza especialmente en personas de menos de 55 años, antiguos votantes del PP, absolutamente desengañados, van a buscar su sitio en Ciudadanos. En el partido de Albert Rivera empiezan a ver los españoles, además, muchas concomitancias y coincidencias con la UCD y el CDS de Suárez, que no se han olvidado. Hasta en imagen, que lo joven y nuevo vende más.

Pero es que también el líder de Ciudadanos ha declarado que si no gana las elecciones generales no gobernará con nadie, ni con PP o PSOE, aunque pueda votar a favor de quien más votos obtenga, si llega el caso, para la investidura. Nadie da más allá de 120 a 135 escaños ni a Rajoy ni a Sánchez, lo que, en solitario, iba a suponer gobiernos a la italiana, de meses. Tampoco hay por qué creer demasiado que luego las cosas van a suceder exactamente así, pero no es una perspectiva halagüeña para nadie con un Congreso atomizado. Quedaría la última pata del cuatripartito dominante: Podemos, al que muy pronto se está dando por desinflado y casi muerto total, pero que previsiblemente va a tener muchos votos a la hora de la verdad y que será una fuerza con la que habrá que contar si el PSOE resulta el partido más votado.