Una de las subidas más disparatadas y mayores que se conocen puede que en toda la historia del comercio es la que se ha llevado a cabo dentro de la industria farmacéutica de Estados Unidos que ha dejado mudos de estupor y espanto tanto a la Administración -el sistema de seguridad social es allí muy diferente y menos completo que el europeo- como a los pacientes. Se trata de un fármaco que costaba hasta ahora unos 13 euros al cambio y que de repente se ha disparado a no menos de 700 euros.

La historia de ese alza de un 5.000 por ciento se asienta, para mayor indignación de quienes precisan de esa medicina, en la estrategia comercial diseñada por el nuevo CEO, como tontainamente se dice ahora, y que es el director ejecutivo en realidad, el cual, procedente de otras empresas a la que, al parecer, no dejó en muy buenas condiciones, se ha propuesto que la cosa no se repita, a base de subir locamente los precios del producto que fabrican. Tanto, que la protesta ha sido unánime lo mismo desde los sectores gubernamentales y clínicos como de los usuarios y usuarios potenciales.

Se trata de un medicamento para rehabilitar el sistema inmune debilitado, de uso hasta la fecha generalizado en aquellas personas afectadas que precisaban del tratamiento. No se trata de algo en pruebas que pudiera pues justificar el alto precio actual. Y en cuanto a su composición, sea lo que sea, el hecho de que antes se vendiese a una cantidad módica, demuestra lo caprichoso e irracional de la decisión tomada, según algunos expertos con el ánimo principal de revalorizar el producto de cara a las cotizaciones de bolsa. Puede ser, porque la empresa, cuya actuación pasiva ha sido duramente criticada por todos los medios, ha debido llamar al orden a su directivo, anunciando ya una inmediata rebaja del precio.

El asunto, de todos modos, y no solo en Estados Unidos, ha servido para poner en la picota, una vez más, el mundo de la industria farmacéutica, oscuro e incomprensible, aunque haya que reconocer la importancia de su labor al servicio de la salud y la sanidad. Se asegura que, en todo el mundo, este sector es más poderoso y con mayores medios y tentáculos que la mismísima banca o que las grandes compañías petrolíferas. Debe ser así, seguro, y nadie lo duda. Su misma impenetrabilidad lo llena de desconcierto para los profanos en la materia, que no pueden entender cómo hay medicamentos, por genéricos que sean, que cuesten tres euros, o menos, para la misma función que otros que cuestan más de 100.

De este singular sector se ha escrito mucho en los últimos años, y hasta en la literatura y en el cine se han reflejado, en ocasiones, diversos aspectos y actividades sobre todo relacionados con el tercer mundo. En España se tuvo conciencia de su auge cuando en aquel país de Gobierno socialista, años 80 y 90 del pasado siglo, donde más fácil y más pronto era posible enriquecerse a tope, Conde y Abelló dieron aquel famoso pelotazo de los 30.000 millones de pesetas con una empresa farmacéutica aparentemente modesta que obtuvo inmediata revalorización. Luego, el copago sanitario volvió a poner el dedo en la llaga del precio de los medicamentos, unos a la baja y otros en alza. Sin que nadie explique por qué.