De puño y letra de Mario Vargas Llosa tengo dos libros dedicados. El uno es un magnífico ensayo de Mauricio Rojas sobre el liberalismo integral de Vargas Llosa editado por FAES bajo el representativo título "Pasión por la libertad". El otro una edición de la novela cúspide del autor peruano-español, "Conversación en la catedral" en una de cuyas primeras líneas se hace la gran y ya universal pregunta Zavalita: ¿En qué momento se había jodido el Perú?

Nunca pequé de mitómano ni, pese a haber tenido ocasiones múltiples para ello, busqué fotos o saludos de los investidos de púrpura. Hace unos días quiso, sin embargo, la casualidad que regresando de Sudamérica compartiera avión con el presidente Aznar -admiro la costumbre norteamericana, tan alejada de nuestros usos, de que los presidentes sigan siendo así denominados de por vida después de abandonar la presidencia-.

En esta ocasión busqué, consciente, el saludo y la foto con el mejor presidente que ha tenido el Gobierno de España desde tiempos que se recuerden. Ya, ya sé que un comentario así levanta sarpullidos en tirios y troyanos. Qué le vamos a hacer, eso es lo que distingue a los líderes de los que solamente se acomodan en el mando, a los que se deciden, como recoge Mauricio Rojas del filósofo alemán Karl Popper a no dejarse vencer por "la historia" sino a vencerla.

Quizás por la intimidad y unidad de destino que durante diez horas conlleva compartir una pequeña cápsula metálica sobre el cielo atlántico, el encuentro, de apenas un puñado de segundos, me emocionó especialmente y estimuló mi reflexión en estos tiempos privilegiados de libertad y democracia y sin embargo cargados de vicisitudes. Reflexión entre las nubes y la noche sobre el porqué en esta España de entrega servil al poderoso que en cada momento toque, se prescinde o directamente se desprecia el más mínimo pensamiento crítico por más que provenga de quien antes fue admirado, obedecido ciegamente y hasta idolatrado.

Aznar fue un gran presidente en un momento nada fácil. Llevó a cabo grandes y convenientes transformaciones pensando en liberal y ejecutando el arte de lo posible, que, coincido con Vargas Llosa, no debe sin embargo confundirse con el arte del oportunismo y la falta de principios. Con ello puso a España en su mejor lugar en siglos. Dejó tareas pendientes de no poca importancia y que pendientes siguen, en el ámbito de las instituciones democráticas y el régimen de partidos, con las cuales el panorama actual sería muy distinto y mejor, para la nación y para el Partido Popular.

Ahora, de vez en cuando algunos se sienten incordiados por comentarios suyos. Yo me alegro de que los vierta, en el mismo sentido en que personalmente prometo seguir el mandato de Hayek que en el citado ensayo recuerda Rojas y difícilmente perderá su validez: "Todo liberal debe ser un agitador".

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