Sin tabletas, dice la noticia. Casi sin nada, diría yo. El experimento del Museo Etnográfico de Zamora quiere demostrar a los niños, a un grupo de niños, que hubo un tiempo, el de sus padres y abuelos, en que los niños nos divertíamos sin necesidad de los elementos artificiales de última generación. Yo lo viví en cuatro sitios y soy uno de los miles de testigos que, todavía hoy, podemos asegurar que en nuestros tiempos disfrutábamos de una felicidad sencilla, casi "a cuerpo limpio", porque las cosas que nos servían de distracción eran pelotas de trapo, chapas desechadas en el bar del pueblo, aros sencillos dirigidos mediante "guías" que confeccionábamos con un alambre encontrado en cualquier parte, una peonza elaborada con navaja y rematada con un clavo? "La rana" que utilizan en la fotografía era ya cosa de mayores y suponía un dinero que costaba inscribirse. Los instrumentos que nosotros utilizamos en La Hiniesta, Andavías, las dehesas de Valverde y Timulos, no venían de fuera; los pillábamos en cualquier conjunto de desperdicios o hacíamos de artesanos fabricándolas nosotros mismos, nuestros padres o nuestros abuelos.

La habilidad de usar "el peón" consistía no solo en hacerlo bailar en el suelo o recogido en la mano; sino en conseguir con alguna "joca" que nuestro peón desplazara al del contrario, al que infería un buen golpe señalado con el consiguiente desperfecto en su superficie. El aro, de metal o de madera, nos permitía correr cuesta abajo, en La Hiniesta, desde lo alto de la calle de Andavías o desde las inmediaciones de la iglesia hasta el final de las Escuelas, por donde ahora se accede a la comida de hermandad del Día de La Hiniesta, la fiesta local. La felicidad más multitudinaria, en Andavías por ejemplo, la constituían las "cantinas" que se establecían bien entre "los de Andavías" y "los de Palacios", desarrollando aquella rivalidad entre dos pueblos vecinos muy cercanos; o entre los chicos de uno y otro barrio dentro del mismo pueblo. Esto ya "pasaba la raya" y de ello es testigo, todavía, alguna pequeña señal en la cabeza.

En las dehesas, además de los juegos normales, teníamos la facilidad que proporcionaba el enorme espacio libre. Organizábamos carreras delante del caserío o, con menos frecuencia, íbamos "de nidos" al monte. No olvido la impresionante vista desde lo más elevado de un árbol que se inclinaba sobre el Duero en Timulos. Hasta nos hizo felices una mañana soleada rescatar un globo enorme que resultó ser una propaganda de queja de los franceses invadidos por los alemanes. El titular era expresivo: "La Marine Française au service des enemis de La France". Aquel episodio, símbolo de la barbarie de una guerra, era para nosotros instrumento de una mañana feliz. En Valverde perseguíamos a los conejos que, raudos, nos llevaban al desencanto de ver su desaparición en el nutrido grupo de madrigueras; o disfrutábamos bañándonos en el arroyo, diversión seguida, a veces, de la "paliza" que reclamaba de nuestro padre nuestra asustada madre. Eran otros tiempos y otros lugares: no había peligro, aunque fuéramos solos por el poblado; nunca -porque no era necesario- nos acompañaban o vigilaban los mayores. Y, por supuesto, tampoco imaginábamos siquiera los artilugios que hacen las delicias del niño de hoy. Lo más sofisticado podía ser una pelota o las bonitas muñecas que rivalizaban en belleza en el juego de las niñas.

Está claro que, como contrapartida -en la mentalidad de hoy- de aquella felicidad, existía una completa separación de sexos: las niñas jugaban para aprender a ser "mujeres de su casa"; los chicos practicaban para llegar a ser unos verdaderos atletas. Si, por una rara casualidad, una niña se aventuraba en juegos "de niño", podía oír el apelativo de "marimacho". Y, si algún niño tenía la ocurrencia de acunar una muñeca, era considerado un "mari ¡quita pallá!". Hoy esa división se ha evitado (la prueba en el ensayo del Etnográfico) y se tiende a la igualdad, en los juegos y en la vida, como lo demuestran esas grandes campeonas internacionales. Pero, sin los adelantados instrumentos "de última generación" los niños de entonces fuimos felices, a pesar de los gravísimos problemas de nuestro entorno, de una guerra "incivil", primero, y otra mundial después. ¡Bien por el Museo Etnográfico! Suerte, amigos.