La vieja política o la política vieja está asustada por la fuerza, frescura y éxito de las jóvenes formaciones emergentes. En España y en Europa, grupos como Podemos, Ciudadanos, Syriza, euroescépticos, frentistas..., han puesto contra las cuerdas a los neoliberales, conservadores y al centro socialdemócrata. El referéndum de Grecia no era una cuestión meramente económica -crisis bancaria- sino política, de supervivencia, ante la presión insoportable de la Troika y del chantaje negociador del Eurogrupo. Ha triunfado la voluntad popular, no el populismo. Y extensivamente ha sido un rayo de esperanza para todos los ciudadanos de la eurozona que lo están pasando mal, muy mal, debido a las políticas de austeridad y de recortes de la eurozona.

En nuestro país, una corrupción apestosa y un tejemaneje de los privilegios de los poderes económicos han despertado el empoderamiento de los ciudadanos, como en Grecia. Y eso ha puesto muy nerviosos a los viejos políticos y a sus partidos, más viejos y anquilosados aún.

Por eso, el núcleo duro del neoliberalismo europeo puso en marcha la estrategia del miedo y la idea de que sin ellos Europa es el caos y no existe vida fuera del euro. Pero el cambio en la estrategia socioeconómica, la regeneración política de Europa no la pueden protagonizar los mismos de siempre, porque ni lo saben hacer ni quieren hacerla realmente, pues ellos mismos son el problema. Solo les interesa el aumento de sus cuentas corrientes y el de sus cotizaciones en bolsa. Y estos han perdido en el referéndum: han ganado los ciudadanos griegos y con ellos los de toda Europa.

Aquí, en nuestro país, la estrategia del miedo injuria continuamente a los nuevos alcaldes y concejales surgidos de las elecciones del 24 de mayo. Y tilda también a los partidarios de estos como extremistas, radicales, chavistas, bárbaros. Rematan la faena contra las izquierdas (Ahora Madrid, Barcelona En Comú, Ganemos, Compromís, Podemos, IU, Somos, Mareas...) Les insultan llamándoles "chusma", que destrozará España con la separación de Cataluña y la ruina económica.

La radicalidad -la "chusma" que despectivamente dicen ellos- emana de la tensión y el convencimiento por cambiar sustancialmente la situación generada por el bipartidismo, por la casta dominante.

"Chusma y casta", "arriba y abajo"; ya no son derechas e izquierdas, y centro apolítico. Ahora o somos chusma para la casta; o somos casta para los radicales. Y a mucho honra, son, o somos, radicales; radicales patriotas, y quizás más que ellos, la casta, que tienen mucho de patrioteros y de antiespañoles.

Con el término casta que no se sientan ofendidos los militantes y simpatizantes de partidos clásicos del Régimen del 78. No va con ellos, pues casta no indica el origen o pertenencia de los ciudadanos, sino el comportamiento corrupto y desalmado de muchos políticos, lacayos de las élites financieras y sociales.

Casta es esa clase política, minoritaria, que toma las decisiones de gobernar el país, y que son unos mayordomos de los poderes económicos, de los bancos. Los políticos de la casta no representan a los ciudadanos y gobiernan en contra de los intereses de la mayoría social española, disfrutando ellos de grandes privilegios y prebendas. Y en nuestro país, mayoritariamente esta casta proviene de las filas del bipartidismo, aunque es en el partido de la gaviota azul donde más abunda esta especie castiza, sin olvidarse de otras castas menores en PSOE, CiU, PNV e incluso en IU.

"Casta y chusma"; arriba y abajo. La sociedad civil, los ciudadanos, arrebatan a los partidos clásicos el debate sobre el futuro de país. Y existe mucho miedo en la casta de que, como en Grecia, se haga también en España y otros países europeos. Conservadores, neoliberales, socialdemócratas exhortaron a los griegos a votar sí en contra del Gobierno de Tsipras, pues estaban asustados con la fuerza de levantamiento popular de los griegos que no soportaban más el chantaje del Eurogrupo sobre su deuda. Pero ha vencido el no, a pesar del auténtico terrorismo mediático y político que han sufrido los griegos.

El expresidente del Gobierno, señalando con el dedo a Podemos y afines, considera que el populismo "no es una alternativa democrática". Y sostiene que la pretensión de estos es "vaciar las instituciones para crear otra legitimidad". Claro, señor Aznar, eso es de Perogrullo. El discurso político de la Transición "está ya caduco -como lo yogures-, cada vez más desprestigiado y aburrido, y empieza a no ser creíble". Y los partidos políticos del bipartidismo, también. Por eso hay que cambiar radicalmente esa falsa y atrofiada legitimidad que tanto gusta a Aznar. Y de paso, le recordamos que su partido tiene más de populista que el derechista Partido Popular Danés (PPD), fuerza populista, antiinmigración y antieuropea, ahora en el poder. Ese populismo, el de Aznar, el de Rajoy, el de la casta de los populares, como por ejemplo, ahora con las medidas electoralistas de la bajada ridícula del IRPF, mientras meten mano a la hucha de las pensiones, dejándola prácticamente vacía. Ya se ha gastado el 90% de las reservas, lo que provoca dudas sobre la viabilidad de las pensiones y aumenta la posibilidad de que España pida el rescate a final de año porque la deuda pública se desboca peligrosamente. Esto sí que es populismo puro y duro pepero.

Para populismos, recordar el dicho cristiano a Aznar y a Rajoy, que "ven la paja en ojo ajeno y no ven la viga en los suyos", de la corrupción endémica del PP. El populismo es el signo más visible de la corrupción institucional, de las formas corruptas de gobernar el país. Y los populares lo son.

Ángel Lozano Heras

(Profesor y escritor)