C omo soy menos dado al peloteo que a ser crítico, que nadie espere de esta columna un ejercicio de adulación a un supuesto líder insustituible, ni siquiera una invocación de esas que tan de moda están, "al mejor". Si algo me ha ido enseñando la vida es que insustituible no es nadie, para bien o para mal; y eso de los mejores o los peores, aparte de frívolo, rara vez tiene algo que ver con las circunstancias que luego resultan de la realidad.

Dicho lo cual mantengo, o al estilo de Tabucci, podríamos decir "sostiene Macías" que ha habido en los últimos catorce años dos momentos en los cuales Herrera lo ha tenido todo a su favor para ser valiente y hacer cosas importantes. El primero fue aquel momento, ya lejano, en el que fue designado para suceder a Juan José Lucas. Reconozco que me ganaron de él dos elementos, poco racionales quizás, pero que a mí me dieron la pauta. Uno fue su verbo fácil y fresco que obviaba papeles y rompía corsés frente al discurso político más añejo y repetitivo al que veníamos acostumbrados. El otro, su primer discurso de investidura giró en torno a Borges, que es, desde hace décadas, mi escritor de cabecera.

El segundo momento es el actual. Tras una convulsión electoral como la vivida en España, Herrera ha quedado como uno de los pocos referentes exitosos del Partido Popular. A su vez, la pérdida de la mayoría absoluta aunque por solo un escaño, parece haber espoleado su ímpetu. De ahí el ya famoso "mirarse al espejo" que nadie de su peso político se ha atrevido a igualar. De ahí su valiente posicionamiento del lado de la minería y de los intereses de Castilla y León en otros ámbitos fundamentalmente vinculados al mundo rural y que ya venía asumiendo en los últimos tiempos, aún a riesgo de que eso moleste en "Madrid".

Si a ello le unimos que el caprichoso y un tanto surrealista ascenso de Martínez Maíllo ha sido hecho no solo a sus espaldas sino contra su conocido parecer y, según algunas lecturas, directamente contra él, hace que, tras sopesar el abandono y optar finalmente por el reenganche, pueda sentirse más libre, más autónomo y más legitimado que nunca para dar los pasos en los que Herrera realmente cree, para la región y para su partido. Suscribir con Ciudadanos y esgrimir con honor y convicción el decálogo regeneracionista apunta a que puede ser el verdadero momento Herrera.

Tiene enfrente, poco sutilmente agazapados, a algunos con principios menos nobles y para los que el fin siempre justifica los medios. Es verdad también que como él mismo ha confesado en privado en alguna ocasión, no es alguien a quien le guste "pisar el callo a nadie". Pero como no se trata de hacer sangre sino de ser fiel a unos principios, a una tierra y a unas siglas, permítanme que aparque mi natural escepticismo y confíe en que este sea verdaderamente el momento Herrera.

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