El proceso separatista catalán impulsado por Artur Mas está causando una grave división social en Cataluña, a favor y en contra. Hace falta ser miope para no darse cuenta del problema. Un problema que está generando una violencia inusitada, no solo contra el patrimonio de quienes no comulgan con las ideas soberanistas, también, he ahí lo grave, contra las personas. Se ha desatado como una especie de «kale borroka» a la catalana que no es mejor ni peor que la vasca, es «kale borroka» subida de tono.

La tensión en Cataluña sigue en aumento, en medio del silencio interesado y culpable de los poderes públicos. A ellos hay que sumar el silencio cómplice de los medios de comunicación locales y regionales que ignoran o infravaloran permanentemente unos actos sobre los que no cabe duda alguna: son pura violencia y en muchos casos auténtica persecución.

Quieren enviar directamente a las catacumbas a cuantos no piensan como ellos. Después de las catacumbas vendrán los leones y más tarde las hogueras donde quemar vivos a los opositores a la idea soberanista. No admiten más libertad que la propia. No consienten otra libertad de expresión que no sea la suya. Silenciar a los otros es el santo y seña permanente. De la palabra en forma de amenaza se ha pasado directamente a la acción, es decir, a la agresión. Y las agresiones, señor Mas, de pacíficas no tienen nada, son agresiones sin paliativos. La agresión al secretario general de los socialistas catalanes, Pere Navarro, no deja lugar a duda alguna. Bastante elegante ha sido el señor Navarro que no ha hecho ostentación del ultraje, del escarnio, como hubiera hecho cualquiera de CiU, de Esquerra Republicana o del inútil Consejo de Transición Nacional.

En principio, los insultos callejeros, las pintadas intimidatorias, las acciones de boicot, las amenazas, las campañas de descrédito forman parte de las acciones de una minoría, eso sí, sumamente activa que puede llegar a contagiar a otros sectores de la población. Y puede subir la tensión cuando definitivamente caigan en la cuenta de que el viaje emprendido del proceso de secesión es a ninguna parte. Y no es porque se advierte desde el Gobierno de España y la oposición española. Las más altas instancias europeas ya lo han dicho y repetido hasta la saciedad. Una Cataluña segregada no tiene cabida en la Unión Europea. Pero, como el que oye llover. No hay peor sordo que el que no quiere oír. El día en que la frustración se materialice puede armarse la de San Quintín.

Lo lamentable de un pueblo tan avanzado como el pueblo catalán, del que en España siempre hemos blasonado y al que siempre hemos puesto como ejemplo, es que se hayan dejado conducir como borregos por unos dirigentes políticos que no solo no han medido las consecuencias de sus actos, sino que han demostrado su irresponsabilidad, su falta de ética democrática, su iniquidad y su intolerancia. Las mentiras tienen las patas cortas y, más tarde o más temprano, todas las mentiras nacidas del interés de unos políticos sin escrúpulos acabarán aflorando y poniendo al descubierto su juego sucio, que es a la vez un juego de intereses incluso personales.

Nadie se cree que la Cataluña de Mas sea impoluta. Que en ella no anide la corrupción. No la dejan brotar porque están todos pringados, el día en que se pueda tirar de la manta con libertad, se desenmascarará a quienes han utilizado sus responsabilidades, incluida la de llevar a Cataluña al abismo del aislamiento en Europa, para su propio enriquecimiento y el de los partidos que los sustentan.

Mientras eso sucede, ellos siguen a lo suyo, empujando la constante subida de tensión social que se manifiesta en la creciente violencia a la catalana.