En la noche de San Juan no se oye la campana de la iglesia del pueblo de Villaverde o Valverde de Lucerna, que quedó anegado bajo las aguas del Lago por el egoísmo y la falta de caridad de sus gentes con un peregrino que resultó ser el mismo Jesucristo, y que pese al justo castigo por su avaricia originó, según la leyenda, uno de los más hermosos parajes de España: nuestro Lago de Sanabria.

Como si se tratase de una premonición, muchos años después, en 1959, la negligencia o la avaricia o ambas a la vez de otras gentes que pretendían sacar rentabilidad mediante la producción de electricidad en este mismo paraje, provocaron la rotura de una presa del embalse de Vega de Tera, y con ella inundaron el pueblo de Ribadelago y arrastraron hasta el fondo del Lago a muchos de sus habitantes, algunos de los cuales no pudieron ser rescatados nunca. Esta vez las campanas sí tenían por quien llorar y siguen haciéndolo en Ribadelago Viejo y en el Nuevo Ribadelago, que no mereció nunca llamarse de Franco, donde fueron trasladados los sobrevivientes de la tragedia que a día de hoy aún no han podido olvidar. No olvidamos.

Vuelven a sonar campanas, esta vez de alerta, por el estado de las aguas del Lago que, nos dicen desde la Estación Biológica Internacional Duero Douro, se está contaminando por los vertidos fecales de los pueblos del entorno y perdiendo el alto valor medioambiental que desde su origen -al margen de la leyenda- tienen.

Una vez más parece que la leyenda se hace realidad en el Lago de Sanabria, y vuelve la negligencia o la avaricia o ambas a provocar que la millonaria inversión de dinero europeo en la depuración de las aguas residuales de los pueblos que vierten en el Lago o en los ríos cercanos no se haya hecho bien. Las depuradoras no funcionan y, pese a las declaraciones de políticos y técnicos, nadie asume responsabilidades por haber gastado el dinero y seguir sin embargo contaminando.

Al contrario, se limitan a negar el riesgo de contaminación de las aguas, y a acusar de alarmistas a quienes demuestran que se tiró el dinero que dieron desde Europa para mantener el valor ecológico y medioambiental de un paraje que, pese al trágico origen según la leyenda, no deja de ser divino, también según la misma.

Y no contentos con esto, han llegado a acusar de perjudicar al turismo de la zona y con ello a todos sus habitantes a quienes denuncian que las depuradoras no funcionan y por ello se puede deteriorar el agua.

Parece que no hemos aprendido nada de nuestras leyendas y nuestra historia.

Si la leyenda ya advertía a través de la magia de las palabras que el egoísmo acaba con los pueblos, la historia reciente demostró trágicamente que las obras mal hechas tienen consecuencias mortales y que nadie asumió la responsabilidad de las obras mal hechas que provocaron la muerte de las buenas gentes de Ribadelago.

Como ahora, otra vez más, negando la evidencia y sin asumir responsabilidades. Si ha quedado demostrado que las depuradoras no funcionan, que se diga de quién es la responsabilidad. Si la falta de depuración puede contaminar el Lago, que se tomen medidas inmediatamente.

El turismo que tanto les preocupa y sobre todo las gentes de Sanabria que parecen preocuparles menos, lo agradecerán. Porque tienen que despejarse todas las dudas con hechos, y no con palabras de justificación.

Porque no queremos que en el fondo del Lago, además del pueblo de Valverde de Lucerna de la leyenda y de los muertos reales de Ribadelago, sigan creciendo las algas que nos alertan de que el Lago también se nos muere.

¡Tocad las campanas para alertar a la gente!