Ya lo dice la sabiduría popular: qué poco dura la alegría en casa del pobre. El jueves por la mañana veía usted a cientos de ciudadanos con la sonrisa en el rostro, frotándose las manos sin cesar y saludando al vecino viniera o no a cuento. Como si les hubiera tocado la lotería, oiga. Y, en realidad, les había tocado, aunque fuera la pedrea o las aproximaciones. Y es que el personal acababa de conocer que el Tribunal de Justicia Europeo había declarado ilegal el llamado céntimo sanitario, puesto en marcha por Aznar en el 2002 (con Montoro, ¿de qué me suena?, como ministro de Hacienda), corregido y aumentado por Zapatero durante once años y mantenido por Rajoy. Aquí, en Castilla y León, pagamos la friolera de 4,8 céntimos (unas nueve pesetas) de demasía por litro, que no está nada mal para los tiempos que corren. Así que el que más y el que menos ya echaba sus cuentas de cuánto se iba a ahorrar e, incluso, de lo que le iban a devolver, como en la declaración de Hacienda, por lo cobrado ilegalmente.

-Pues va a ser que no, don Epigmenio. Ya anda diciendo todo el mundo que para que te devuelvan algo hay que tener los recibos de la compra, las facturas del gas-oil y cosas así, o sea, papeles. Y no vale ni lo que pone en las cartillas de los bancos.

-¿Y quién iba a guardar los recibos de los gasolineras, señor Zótico? Es que los particulares ni los pedimos. Llega uno con los cincuenta euros, echa lo que den de sí y, hala, para casa.

-En fin, otra trampa más; te ponen el caramelo en la boca y luego te arrean el sartenazo para que sepas quien manda.

Lo de la trampa está bien traído, hombre. Como se veía que el citado centimazo tenía todas las papeletas para ser declarado ilegal por Europa, en 2012 este Gobierno que tanto vela por nuestra economía lo integró en el impuesto especial de hidrocarburos, de manera que ya no incurre en las quisicosas, defecto de forma, le dicen, que ahora censura el tribunal comunitario. De modo que usted sigue pagando lo mismo o más, pero ya le sablean legalmente porque han cambiado de nombre el impuesto. Son unos genios, unas figuras de la tauromaquia.

¿Y en Castilla y León? Como ya apuntamos antes, aquí pagamos un potosí, tanto que las gasolineras situadas en zonas limítrofes con regiones que no aplican el centimazo (Aragón, País Vasco y Rioja) han tenido que despedir a decenas de empleados porque allí ya no paraba ni el viento. Pues bien, lo seguiremos abonando a tocateja. Al parecer, no nos afecta la decisión europea porque esos 4,8 céntimos se aplican desde el 1 de enero del 2013 como recargo y no como impuesto. Otra vez el maravilloso juego de palabras, el similitruqui de las denominaciones, los eufemismos, la moraleja de Tomasi di Lampedusa: «Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie». Pues eso; Europa dice que hemos hecho las cosas mal pero, como les hemos puesto otro nombre, continuamos cobrando, y aquí paz y después gloria. Por si quedara alguna duda, el portavoz de la Junta ya se ha apresurado a decir que aquí repercutirá poco porque se implantó como impuesto el 1 de marzo del 2012 y pasó a ser recargo el 1 de enero del 2013. Es decir, el fallo del Tribunal de Justicia de Europa solo afecta durante diez meses del 2012. A partir del 2013, todo legal, todo blanco y migao, todo magro, que decía un vecino mío para dar a entender que se podía hacer lo que se quisiera.

-Así que deje de reírse, don Epigmenio, que a mí, viendo estos enredos, se me ríen otras cosas.

-¡Qué desilusión! Ya me veía yo yendo a las gasolineras a pedir devolución tras devolución durante diez años; que si el gasóleo del tractor, que si el del sondeo, que si el de la calefacción, que si el de la cosechadora, que si el de los coches, que si el de la nave de los marranos?¡Jo!, si es que creo que he pagado yo las boticas, las consultas y las operaciones de media provincia. Ya verá usted como el día que caiga yo malo, quitan lo del centimazo y me tienen que abrir a dolor vivo. Al paso que vamos.

Lo dicho. El gozo del jueves por la mañana se cayó al pozo el jueves por la tarde. Ni tenemos recibos para que nos devuelvan algo, ni nos atañe lo de Europa porque lo nuestro, los 4,8 céntimos de aquí, no es impuesto sino recargo y ya tiene todas las bendiciones católicas, apostólicas y romanas.

Y tras el chasco, ese comezón interior que, mientras se descojona de tu ingenuidad, te hace sospechar que nos engañan, que nos timan, que se burlan de nosotros; en definitiva, que siempre pagan (y cobran) los mismos.