Las elecciones del domingo en Cataluña, son las primeras que he conocido en las que quien las convoca, sin estar obligado a ello por plazo legal, lo hace seguro de que va a dar un tremendo salto hacia adelante y sale de ellas unos cuantos metros más atrás y con cara de no saber por dónde le ha venido la patada en la sentadera.

Se abre tras ellas una nueva etapa, o un nuevo capítulo del mismo serial de siempre. El zarandeo ha sido considerable para Mas y Convergencia, tanto, que eran los únicos con cara de derrota y por momentos casi desolación. Esto, habiendo ganado claramente las elecciones, siendo los únicos con capacidad representativa y aritmética para poder formar Gobierno, sumando dos veces y media más escaños que la segunda fuerza política y más escaños que los dos grandes partidos nacionales juntos.

Su apuesta era muy alta y, para su sorpresa, alejada del sentir social de muchos más ciudadanos de Cataluña de los que ellos pensaban, si bien por razones muy distintas con unos y otros votantes.

Dicho esto, lo que para nada comparto es ese dogma con el que PP, PSOE y buena parte de sus voceros mediáticos nos quieren hacer comulgar. Ese karma de que los votantes han dado la espalda a la propuesta independentista. No hay más ciego que el que no quiere ver, vuelve a demostrarse. O bien, tengo tanto miedo a perder mi asiento y posición que no puedo reconocer la realidad, a ver si mientras tanto nadie se da cuenta y sigo aquí amarradito.

Es de insulto a la inteligencia que ambos partidos, con la que está cayendo y con la que les ha vuelto a caer a ellos, hagan escenificación de euforia, vítores y aplausos, sintomáticamente más en Madrid que en Barcelona.

El PSOE está feliz y Óscar López dicharachero porque ganaron ¡a las encuestas!, que venían diciendo que iban a perder aún más de los uno de cada cuatro diputados que han perdido. De 28 a 20, cuando hace bien poco tenían más de los que ahora ha obtenido CiU.

El PP dice estar entusiasmado porque ha subido un escaño y ha tenido el voto de 1,3 por cada 10 votantes, o peor aún, de nueve de cada cien catalanes con derecho a voto. Vamos, que no lo veo yo como para estar muy satisfechos.

Contentos pueden estar en la candidatura de Ciudadanos, que han triplicado representación, aunque sigan a la cola y sobre todo en ERC, porque puestos a hablar de independencia muchos votantes tradicionales de CiU se fían más de ellos en su particular viaje a Ítaca que de la corrupción generalizada y el juego de ambigüedades que siempre caracteriza a los convergentes.

En todo caso, la mayoría más que absoluta sigue del lado independentista y con más peso en el ala más radical. No veo razón para ninguna euforia.

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