Una. Los aires independentistas arrecian con fuerza. Especialmente en Cataluña, el País Vasco y menos en Galicia, durante los últimos meses estamos asistiendo a un tira y afloja sobre el presente y especialmente el futuro de la identidad territorial de España. Es curioso que este debate haya aflorado tras la victoria del Partido Popular en las elecciones de hace casi un año. La mayoría absoluta de Mariano Rajoy no ha servido para calmar los ánimos, sino para todo lo contrario: estimular los aires independentistas. ¿Se imaginan que este debate hubiera surgido durante los gobiernos del tan denostado Zapatero? Porque no será necesario recordar que desde la derecha española se acusaba al expresidente de debilidad política y de ceder a las reivindicaciones nacionalistas cada vez que estos pedían algo. Ahora, sin embargo, la responsabilidad de lo que estamos presenciando es únicamente de la caterva nacionalista. ¡Qué paradoja y qué tremenda contradicción!

Dos. Me apasionan los programas de debate sobre temas de actualidad que escucho en la radio o veo en la televisión. A algunos de ellos estoy tan enganchado que muchos días no puedo pasarlos sin la dosis adecuada del debate de turno. Me da igual que el gato vaya al agua, que las cosas estén al rojo vivo o que el debate sea grande o pequeño. En algunas ocasiones hasta llego a emplear algunos minutos de la mañana, la tarde o la noche a presenciar los debates rosa, esos que tan mala fama tienen en los ámbitos intelectuales de la sociedad. La paradoja, o más bien lo curioso y chocante, es que los tertulianos que asisten a esos debates saben o aparentan saber de todo. Da igual que la discusión sea sobre la prima de riesgo, el independentismo catalán, las protestas ante el Congreso de los Diputados, la campaña electoral en Estados Unidos, el robo del ex mayordomo del Papa, la dictadura cubana, el partido entre el Barcelona y el Real Madrid o la anorexia y la bulimia. Las mismas caras saben de todo. ¡Impresionante!

Tercera. Muchos españoles lo están pasando realmente mal como consecuencia de los efectos económicos y sociales de la crisis económica; otros, sin embargo, siguen disfrutando de los placeres de la vida a un ritmo frenético. La polarización entre grupos sociales, que se percibe fácilmente en la vida cotidiana, se ha convertido en una de las señas de identidad de nuestra sociedad. Mientras que los comedores sociales están atestados de bocas hambrientas y muchos ciudadanos deambulan por las calles y duermen bajo los puentes, los restaurantes y los hoteles de lujo siguen haciendo su agosto. Desde hacía años que no se veían escenas tan dramáticas en las calles de España como ahora, con personas rebuscando en los contenedores de basura o acudiendo a las casas de socorro. De esto se hizo eco hace unos días el periódico estadounidense «The New York Times», que publicó quince fotografías en blanco y negro con el título «En España, austeridad y hambre». Las reacciones en nuestro país no se hicieron esperar. ¿Pero no habíamos quedado en que las cosas se habían puesto mal durante los últimos años? Sí, pero que vengan otros y te lo digan, sienta mal, muy mal.