Todos los años que puedo, que, gracias a Dios, últimamente se repiten, acudo a la Misa Mayor del día de la Fiesta del Salvador del pueblo de mis mayores, Arcos de la Polvorosa; un impulso especial me conduce en recuerdo de mis familiares próximos, que ya no están, y el ánimo de festejar a los que aún viven, y estar en comunión con todos ellos vivos y muertos en ese acto de fraternidad que es la Eucaristía que, como dice San Pablo, en la vida y en la muerte somos del Señor. Es una celebración muy especial para la Iglesia, se festeja la Transfiguración del Señor; cuando en lo alto del Monte Tabor, cambia su aspecto ante Pedro, Santiago y Juan en manifestación de su divinidad. Este año he percibido, desde la homilía del Párroco, un aire especial, un sentimiento de profecía apocalíptica, nuestro Párroco, terminó con una frase que me hizo temblar: Que podamos vernos el año que viene. Y, yo creí percibir aires de tragedia, de finiquito de la celebración de una fiesta que transciende los siglos. Ojalá que todo haya sido una equivocación de viejo y todo siga el curso de la tradición, al menos mientras yo lo vea.

Lo cierto es que los viejos somos esas personas que dejamos hace tiempo de soñar y pretendemos, aun sin quererlo, vivir sacando consecuencias, al relacionar nuestras experiencias vividas con el presente inmediato. Ser viejo no es una cuestión de edad, más bien, es cuestión de pretender hacer coexistir el recuerdo del pasado, como añoranza permanente, y comparar los conocimientos adquiridos a través del tiempo con las actividades y actuaciones sociales del momento para hacer balance de cada situación. Nuestro autor teatral, Calderón de la Barca, con toda la gracia de su barroquismo y un gran conocimiento de la vida humana, pone en boca de Segismundo, el famoso monólogo: «¿Qué es la vida? Un frenesí./ ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño; /que toda la vida es sueño, /y los sueños, sueños son». Desde sus versos, Calderón, estima la vida como algo que supera el presente y solo los que tienen ilusión de futuro viven, en esperanza o desesperanza, su quehacer vital. Por eso, viejos somos los que no esperamos más que terminar en paz y fraternidad nuestro existir humano, pero dándonos cuenta de los movimientos sociales y su posible repercusión en el futuro; el juicio, algo temerario, aunque basado en la experiencia vivida, será un ejercicio de comparación de hechos, que bien podría definirse como augurios proféticos. -Dice Cristo: «Al atardecer decís: «Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego», y a la mañana: «Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío». ¡Con que sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir los signos de los tiempos»; esa es la predicción y la manera sensata de entender. Y es que no hay mejor sordo que el que no quiere oír, ni mejor ciego que el que no quiere ver y, así, en brazos de estos sectarios que ni ven ni oyen vamos muy mal y por caminos de insensatez y torpeza; la última de nuestro inspirado excelentísimo señor alcalde de Marinaleda, señor Gordillo, es: tragicomedia viva.