Por si la Familia Real no padeciera suficientes calamidades, también se ve salpicada por los caprichos de Telma Ortiz, que se cree la mujer más perseguida del mundo aunque nadie la distinguiría en el hipermercado. No tiene la culpa de su proximidad genética con una tal Letizia Ortiz, pero debe recriminarle a su hermana el tránsito de persona carente del mínimo interés a personaje popular con derecho a foto, aunque carente del mínimo interés. No pierde oportunidad de difundir su presunto martirio a los cuatro vientos. Un contingente sustancial de la población también desearía que la hermana de la reina y la propia reina no le fueran impuestas por caprichosos vericuetos nupciales. Curiosamente, la asediada Telma Ortiz no se queja de su familiaridad con el futuro jefe del Estado en el mismo grado que un tal Iñaki Urdangarin, que nos ha obligado a ser muy escrupulosos en el examen de los royals y sus vinculaciones. En la boda de su hermana, la mártir lucía la pamela de rigor, muy jaleada pero que, por los criterios de simetría, también nos permite satirizarla. No entraremos en su contratación por el ayuntamiento de Barcelona, porque su sueldo quedaba por debajo de los emolumentos percibidos por Cristina de Borbón, con mis ahorros y con los privilegios del teletrabajo. Telma Ortiz es la mayor exhibicionista, la que finge esconderse cuando sufre un accidente de esquí en Aspen (Colorado), como la mayoría de españoles. Se desmarca de la prensa rosa, pero interpone una demanda ridícula a decenas de medios, para que nunca la olviden. Y se casa en secreto el mismo día en que su afortunado esposo publica un artículo indigesto pero de longitud inmensa. El mamotreto se titula con un disimulado Telma, como si ya reinara. Invita de inmediato a escribir un Contra Telma, pero sólo a quienes necesiten perder el tiempo. Coincido con su marido en que no se entiende que la prensa del corazón se entretenga asediando a su esposa, cuando podría dedicarse a personas más relevantes como Belén Esteban.