Todos tenemos motivos más que sobrados para mostrarnos indignados. Todo en derredor causa indignación. El paro, la situación económica, la potra de los bancos, la ausencia de futuro para nuestros jóvenes que son lo mejor que tenemos, la vivienda, los desahucios, los abusos de unos y los privilegios de otros que suelen ser los mismos y, en gran medida los políticos que han hecho de la política su modus vivendi y operandi y que están en el ojo del huracán de la ciudadanía. Todos ellos son motivos más que suficientes para que el termómetro de la indignación siga subiendo.

El movimiento 15-M o de los indignados, nació bien nacido. Era necesaria esa rebelión en masa de tantos, de casi todos, para que los que nos gobernaron entonces y nos gobiernan ahora se enteren del desencanto y de la indignación ciudadana. Los telediarios son fuente de malas noticias. La prensa nos alerta del abismo que se abre ante nosotros. Todo son malas noticias. Todo alimenta al movimiento que sigue vivo a día de hoy, pero que no goza de buena salud.

A todos nos encandiló aquella espontaneidad, aquella rebeldía manifiesta de los que decidieron acampar en calles y plazas para decir en voz alta aquello de «hasta aquí hemos llegado y de aquí no pasamos». Les asistía toda la razón. Estamos más que hartos. Y lejos de ir a mejor vamos a peor. Sin embargo, con el correr del tiempo se ha perdido la espontaneidad y la mayoría ciudadana hemos retirado nuestra simpatía y nuestro apoyo a un movimiento que nada tiene que ver con el inicial. En el movimiento actual hay demasiado «antisistema», demasiado «oportunista» y en medio de todos ellos algún que otro «delincuente» en número plural.

Ya entonces, un Gobierno que demostró su debilidad en distintos flancos, dejó que aquel movimiento se le fuera de las manos, consintiendo prácticamente todo y de todo. Lo peor, la desobediencia manifiesta contra derechos fundamentales, el pitorreo de que se hizo objeto a la autoridad, la cantidad enorme de infracciones administrativas y el desorden focalizado en la violencia generalizada contra comercios, comerciantes y bienes públicos. De la reivindicación se pasó al insulto y, a río revuelto algunos pescadores de la política y del sindicalismo ganaron ciertas partidas.

Esa forma de agitación ni es de recibo ni es prudente. Esa forma de manipulación no es lo que se esperaba por parte de quienes confiamos en los artífices del movimiento y esperamos algo más. Algo más serio, algo más riguroso, algo más sensato. Pero nunca esa situación de ilegalidad en la que parecen sentirse tan a gusto, convirtiendo la protesta y la reivindicación en un permanente problema de orden público. Eso no era lo que tocaba. Tocaba otra cosa que se ha desvirtuado, que se ha prostituido. Sigo pensando que el movimiento 15-M puede ser provechoso, pero hay que darle un giro conveniente a su salud y a su credibilidad y que, de una vez por todas, acabe con esa marginalidad en la que al parecer le gusta moverse y en el problema de orden público al que antes aludía.